martes, 3 de febrero de 2009

Intoxicación

Aturdido y confuso, escuchó su voz por encima del resto de gritos que atormentaban su cabeza. Ella lo llamaba, por fin, se dignaba a volver a dirigirle la palabra... Sonrió, pero entonces notó algo... Estaba llorando. ¡Su niña! Estaba llorando... ¿Por qué? ¿Qué le pasaba? Quiso preguntárselo, pero notó cómo la bilis le subía a la garganta ante cualquier esfuerzo por hablar, y se contuvo. Alargó, sin embargo, su temblorosa mano hasta secar las lágrimas de las rosadas mejillas que tantas veces había besado con dulzura. Entonces se acercó los dedos húmedos a los labios, y notó el sabor salado de aquel llanto que no alcanzaba a comprender. Cerró los ojos un instante, y se remontó dos semanas atrás, cuando su sueño terminó para dar paso a una pesadilla.

Llegó a su portal más tarde de lo previsto. Se había distraído trabajando, y cuando quiso darse cuenta, ya eran las siete. Hacía media hora que debería haber llegado. Maldiciendo su descuido, se despidió de Edu, su compañero, y subió al coche, que no tardó en desparecer a gran velocidad por la esquina. No tardó ni cinco minutos en recorrer el trayecto que normalmente transitaba en cerca de diez. Ante el timbre, empezó a sudar, nervioso. Tras un largo día de trabajo, lo último que deseaba era discutir con ella... Y aún así, sabía que eso era lo que le tocaba.

Ella bajó, más arreglada de lo normal ("he tenido tiempo más que de sobra", solía decirle, con actitud de estudiada indiferencia, cada vez que él se retrasaba), con la cabeza bien alta y los labios fruncidos. Y lo que era peor, sin dirigirle una triste mirada. Eloy sintió una punzada de dolor en el estómago. Otro día de malas caras, de frialdad, de indirectas cargadas como dardos. ¿Qué eran treinta minutos? Se le había pasado por alto la hora...

Alba, por su parte, deseaba de corazón no enfadarse. Sin embargo, estaba cansada. Quería a Eloy con toda su alma. Esperaba cada día ansiosa su llegada, y cada minuto que pasaba en su reloj era motivo de alegría para ella, porque el recorrido de las agujas la acercaba más y más a sus brazos. Cuando por fin llegaba a la hora en que él debería llegar, cada segundo era eterno. Y él se empeñaba en eternizarlos aún más. Siempre olvidaba llamarla para avisarla. Ella dejaba sus planes a un lado para sus citas, y él las olvidaba y la hacía esperar de brazos cruzados sin una explicación. Si al menos le enviara un mensaje al móvil en el que le dijese que llegaría tarde, la cosa no tendría importancia. Pero no, él lo olvidaba todo por completo. Y ella siempre intentaba no enfadarse. Hasta que había decidido poner cartas en el asunto y hacerle saber a su chico que estaba cansada de esa situación. Por eso, en el último mes de su año y medio de relación, las discusiones eran cada vez más frecuentes. El chico no entendía por qué se enfadaba, si él sólo estaba trabajando; la chica no entendía por qué no era capaz de avisarla de su tardanza.

Eloy, ese día, estaba de mal humor. Había discutido con su padre por la mañana, con su jefe en el trabajo... Ya hora también ella le echaba en cara tonterías. Empezaron tratándose con indiferencia pero educación, hasta que al final, una palabra mala llevó a la otra y los acabaron por levantarse la voz.

-Es que estoy harta, ¿me oyes, Eloy? Harta de que pienses que eres el ombligo del mundo, de que yo deba estar preparada para la hora en que habíamos quedado, y que para ello deje los trabajos de clase, los cafés con las amigas, ¡todo!, y que luego tú, sin avisar, llegues cuando te parezca oportuno.

-Cuando me parezca oportuno no, Alba: cuando mi trabajo me lo permite. Ojalá yo también pudiese hacer planes que puedo posponer como tomar café, pero no, yo trabajo, ¿sabes? Tengo que ayudar en casa porque no soy rico.

- Pues llama por teléfono...

- Y me gasto el sueldo en saldo para llamarte a ti cada día, ¿no?

-No, dame un toque y yo te llamo a ti... Aquello sentó bastante mal a Eloy, puesto que se sintió herido en su orgullo. Se le juntó todo: sus problemas económicos, el mal humor de su padre desempleado, la pelea con su jefe y la posibilidad creciente de perder el trabajo con el que alimentaba a sus dos hermanos pequeños... Y reventó:

-Alba, no quiero tu caridad, y mucho menos tus estúpidos enfados. ¿Estás harta? ¡Yo más! Si tan malo soy, mira dónde tienes la puerta del coche.

Herida, bajó del coche y dio un portazo. Con lágrimas en los ojos, aún pudo escuchar cómo él le gritaba desde la ventanilla:

-¡Y no vuelvas a dar un portazo así! He tenido que trabajar mucho para pagar este coche como para que ahora cojas tú y te lo cargues, ¿sabes?

Pasaron quince días en los que los dos sufrieron. Eloy, más fuerte y acostumbrado a evadir mentalmente los problemas, pudo pasar el primer día absorto en los videojuegos que compartía con sus hermanos, mientras Alba luchaba contra la opresora tentación de llamarlo por teléfono. Finalmente, logró vencerla. Fue el segundo día cuando, pensándolo fríamente, Eloy se dio cuenta de cuánto la quería y, arrepentido, la llamó constantemente. Pero ella ya había ardido en el fuego de la rabia, e ignoraba el sonido de su móvil una y otra vez. Y así fueron sucediendo los días.

El primer fin de semana llegó, y la chica salió esperanzada de ver a su adorado Eloy y así poder arreglar las cosas cara a cara. Pero no fue así, ya que él había decidido quedarse viendo la tele, porque pensó que no podría ver el precioso rostro de su chica y sin poder besarla. Si no le había contestado al móvil, debía ser que se había pasado más de lo que creía…

La siguiente semana transcurrió con la dolorosa aceptación. La sucesión de días sin saber nada el uno del otro los partía en dos: sus cabezas les decían que habían quemado todas las oportunidades de volver a quererse, pero su corazón tiraba con fuerza y les rogaba que mantuviesen las esperanzas. Pero, ¿cómo esperar arreglarlo si ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder?

De nuevo llegó el sábado. Alba salió otra vezcon sus amigas, por no admitir que prefería quedarse en casa llorando por mirar las fotos de su viaje a Asturias, de sus tardes en el campo, o en el parque con los dos hermanitos de Eloy… Que prefería escuchar canciones lentas con letras que hablasen de desamor, antes que bailar sabiendo que jamás volvería a abrazarlo. Se resignó a echarlo de menos en la discoteca, donde tantas veces se habían besado y habían bailado juntos, por no preocupar a unas amigas que lo daban todo por ella. Pese a todo, cada diez minutos dirigía su mirada a la puerta, para ver si lo veía aparecer.

Fue en una de esas miradas cuando lo vio entrar. Él, con su cara morena y sus ojos verdes como los prados que visitaron juntos en sus vacaciones, con su sonrisa tímida y ese pelo fuerte que invitaba a ser acariciado… Recordó todas las veces que besaba esa cabecita y cerraba los ojos para aspirar el fresco aroma a limpio de su pelo negro… Y sintió el impulso de abalanzarse sobre él, de abrazarlo tan fuerte que no pudiera escapar. Se contuvo, pero lo miró fijamente, esperando su respuesta. Él sintió como sus penetrantes ojos negros se le clavaban como agujas, y quiso gritar e implorar su perdón, pero el miedo al rechazo, a que una negativa echase a perder todas sus esperanzas, quemaban su pecho como el peor de los incendios. Por eso pasó por su lado sin mirarla. No podría hacerlo sin romper a llorar… Alba, incapaz de comprender los motivos por los que Eloy, el chico que tantas veces la había arropado por las noches antes de marcharse a su casa, la ignoraba ahora, volvió a notar la rabia en sus entrañas, golpeándola con fuerza. La música se metía por cada poro de su piel, y empezó bailar con desenfreno, dejando libres a los sentimientos que la atormentaban. Derrochaba sensualidad, bailando con tanta naturalidad, y no tardó en acercarse un chico muy atractivo. Seguro que era un engreído. Estaba a punto de mandarlo a paseo. Miró a Eloy y vio que éste los miraba a ella y al plasta de turno. “Con nadie, tesoro. Con nadie que no seas tú. Míralo bien”, pensaba al tiempo que fijaba su vista en su ex (cómo dolía llamarlo así). Las primeras palabras de rechazo empezaron a salir de su boca, pero entonces vio cómo Eloy le sonreía y levantaba el pulgar en señal de aprobación. Acto seguido articuló unas palabras de modo que ella pudiera leerle los labios: “Adelante, dile que sí”. A pesar del mareo que sentía al ver las manos de aquel chaval en la cintura de Alba (de su princesa, de única chica que había conseguido hacerle estremecer), sabía que no tenía derecho a interferir en su vida. Ya no estaban juntos, él había antepuesto su orgullo a la felicidad de ambos, y nada le permitía reprocharle el buscar consuelos en aquellos brazos producto del gimnasio que a todas luces eran mucho más atractivos que los suyos. Por eso se vio impulsado a hacer de tripas corazón y alentar a la chica a dejarse llevar, por más doloroso que le resultase.Ese gesto escoció a Alba en lo más hondo de su ser. ¿De verdad le daba igual que estuviese con otro? Si ella no quería ni imaginarse al lado ninguna persona que no fuese él… Pero Eloy seguía sonriendo, le dio la espalda y siguió bailando, ignorando cómo los latidos del corazón de la joven retumbaban bajo su pecho. Vale, pues se iba a enterar. Miró al rubio que se había interesado en ella. Un creído, se le notaba a la legua. Ni por todo el oro del mundo haría nada con él. Pero un baile, para bajarle los humos a Eloy, no estaría de más. Quería demostrarle que podía disfrutar con él. Quería, sobretodo, engañarse y ser ella quien lo creyera.

A Eloy le subieron las lágrimas a los ojos cuando Edu, su mejor amigo, le dijo que Alba bailaba con el rubio enfervorecida. Se las secó rápidamente. No tenía derecho a fastidiar la noche de Alba. No podía acercarse y pedirle perdón, porque ella ya era feliz lejos de él… Pese a esos pensamientos, sentía el imperioso impulso de acercarse a ella, de suplicarle que volviese a mirarlo con el azabache de sus ojos cargado de amor… En vista de que la lucha estaba resultando demasiado pesada para él, decidió beber más de lo acostumbrado, ahogar su dolor (y su conciencia) en alcohol.

Todo a su alrededor empezó a perder la nitidez. Se movía de forma patosa, y notó cómo sus amigos lo sacaban fuera y le secaban las lágrimas (¿lágrimas? ¿Estaba llorando de verdad?), al tiempo que él empezaba a oírlos más y más lejos sobre comas etílicos… ¿De quién hablaban? No lograba entenderlo todo, pero se compadecía del chico del que estuvieran hablando… Parecía que sus oídos estaban llenos de algodón… Empezó a ver de manera intermitente… Sus amigos le pegaban en la cara… ¿Por qué le pegaban? Él no había hecho nada malo… Lo último que alcanzó su vista fue cómo uno de sus colegas (no sabría decir cuál), corría hacia dentro de la discoteca.

Fue cuando volvió abrir los ojos cuando vio a Alba. Cuando la vio llorar gritando su nombre. Cuando bebió aquella lágrima que le hizo recordar que ya no era el dueño de sus besos ni de sus caricias. Sollozaba frases que no comprendía. “Eloy, no te mueras, por favor, mi vida… No te mueras”. ¿Él? Se estaba muriendo… No, ya se había muerto… Porque Alba estaba con él y ella era el cielo… Su cielo… “Te quiero”, quiso decirle… Pero esa frase salió de los labios de ella y no de los suyos. Tardó en comprender por qué las palabras de su cabeza se materializaron en la boca de ella. Y cuando logró entenderlo, fue del todo feliz. Ella también lo quería. Entonces cerró los ojos de nuevo, tranquilo, descansando…

Despertó en un lugar muy blanco. Entonces, eso era el cielo de verdad. No estaba Alba… Miró a su alrededor con un nudo en la garganta… Entonces los vio a su lado: a sus padres, a Albertito y Violeta (sus dos hermanitos), a los amigos con los que había salido… Y a Alba.

-Princesa…- murmuró en un susurro apenas audible. Ella, con los ojos anegados en lágrimas, se acercó al borde de la cama, apoyó la cabeza en su pecho y empezó a gimotear palabras ininteligibles. Él aspiró el olor a flores de su pelo, l asió por los hombros y le dijo:

-¿Serás capaz de perdonarme?

-Sólo si nunca vuelves a beber hasta el coma etílico nunca.

- Te lo prometo. Y tampoco volveré a llegar tarde sin avisar. – Alba rió, con esa risa sincera y espontánea que sólo ella tenía.

-Hacemos un trato: ven a la hora que quieras cada día, pero sano y salvo. Eso es lo verdaderamente importante.


¿Qué cabe decir de esto?
Primero, que el orgullo muchas veces parece pesar más que el dolor, y las personas somos tan tontas que preferimos sufrir antes que ser felices con tal de no ceder un poco. A veces da la sensación de que el ego duele más que el corazón, aún sabiendo que éste último tarda más tiempo en recuperarse y se retuerce de daño, mientras que el primero es un dolor sordo que se cura al instante.
Y segundo, que no hay ningún problema que sea lo suficientemente grave como para poner en peligro la propia vida. Ahogar las penas en alcohol no tiene ningún sentido.
En fin., paro ya que parezco el "charlatán" que venía al instituto a darnos conferencias de todo tipo de temas.

1 comentario:

Maria Durga dijo...

Hola Lorena, tragica historia con final feliz, gracias a Dios.

Yo lo que siento al leerla, es que a los seres humanos nos falta comunicación, educación en la expresión de los sentimientos: "yo me muero de verte con oto, pero no lo expreso" "yo vengo fastidiado del trabajo, pero me lo trago" "yo tengo problemas económicos, pero no los comparto"

Quizás sea por lo que tú dices del orgullo, pero sea por lo que sea, no nos comunicamos, no expresamos desde el corazón, lo que sentimos y así nos va ¿no te parece?

Yo soy partidaria de hablar, mucho, de expresar lo que siento, cómo lo siento y por qué lo siento.

Quizás no lo hacemos por miedo, si, a parecer débiles, vulnerables e incluso ridículos a veces, pero aún así lo mejor es comunicar, para entre otras cosas, evitar malos entendidos que nos puedan llevar a situaciones como en tu historia, nada recomendables para nuestra integridad física y emocional.

Bueno niña, ahora "el charlatán" lo parezco yo, jajaja.

Encantada de pasar por aquí

Abrazos desde el alma

Maria