viernes, 19 de octubre de 2012

El tiempo por TI

Ayer amaneció nublado, porque el sol estaba triste y no quiso salir. Luego se lo pensó mejor e hizo su aparición para poder ver tu linda carita por última vez. Y hoy se ha tapado con las nubes y ha llorado, mojándonos con sus lágrimas. Porque tú no estás.

Te adoro tanto que no sé cómo acostumbrarme a esto. A saber que cada día que abra los ojos será un día que tú te pierdas. Me tocará hacerme tan fuerte como has sido tú siempre. Y ahora sólo me queda desear y pedir que descanses en paz. Un besito eterno, mi yayita pequeña.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Goku y Nala

Bueno, hace mil años que vengo por aquí. La verdad es que me he cambiado de casa y en ella no tengo internet, sólo me conecto cuando vengo a visitar a mis padres, por eso hago lo imprescindible y pronto apago el ordenador. Ése es el motivo del descuido que ha sufrido el pobre blog.

Pero hoy he vuelto, y quiero hablar de mis bebés. Sí, en este tiempo he tenido mellizos. He sido mamá de la noche a la mañana. Lo único es que mis peques son peluditos y con bigotes. Se trata de dos gatitos preciosos: Goku (mi chicarrón), y Nala (mi nenita).

Dani y yo ya teníamos más que decidido que cuando nos mudásemos e hiciese la reforma en su casa, cogeríamos un gatete chiquitín para jugar a los papás con él, pero las cosas se precipitaron cuando un amigo nos informó de que en el jardín de su urbanización había parido una gata y no se hacía cargo de ninguno de sus cuatro cachorretes. Nosotros, animaleros a muerte, corrimos  a conocerlos. Eran cuatro cositas diminutas, que apenas abrían los ojitos y no paraban de maullar tan bajito y agudo que parecía el trino de los pájaros. Había dos negros, uno negro con trocitos blancos y uno blanquito y gris. La madre y la hermana de nuestro amigo estaban criándolas con leche de vaca (que aunque no es buena para los gatos, es lo único que podían hacer), pero los cachorros apenas sabían beber del cuenco. La mujer, que parece haber estudiado márketing gatuno, nos insistió para que nos llevásemos dos. "Al ser dos se harán compañía y llorarán menos, os será más fácil". Y yo, cómo no, acabé ilusionándome con la idea de llevarme dos. ¡Gemelitos! Nos decidimos por los dos que más débiles estaban: uno de los negros enteros y el blanco y negro.

El problema estaba en que aún le faltaba un tiempo a la reforma de casa, y claro, estarían mejor en el jardín aquel, atendidos varias veces al día por las dos improvisadas enfermeras, que en una casa llena de polvo, escombro y  herramientas peligrosos. Así pues, los dejamos allí un par de semanas más, manteniendo el contacto para saber de ellos. Nos enteramos de que los cuatro cachorros eran hembras, y la más chiquitita, la negrilla, murió al poco de nuestra primera visita. Con esta fatídica noticia, volvimos a querer un único cachorro.

 
Cuando la obra ya estaba a punto (sólo quedaban detallitos que no importunarían la vida de los gatitos), fuimos a avisar a nuestro amigo y su familia de que nos los llevaríamos pronto. Volvimos a verlos, ya que al estar las tres que quedaban sanas y espabiladitas, al final elegimos quedarnos con la blanca y gris, que (perdón por la superficialidad), era a mi parecer la más bonita de las tres, con ojitos verdes que parecían maquillados con eye-liner y todo. NALA. No había duda de que ella iba a ser mi gatita.


Y entonces, la madre de nuestro amigo nos dijo:

-Allí hay otra gata que parió más o menos al mismo tiempo y también tiene unos cachorritos muy monos. Igual os gusta alguno y así os lleváis dos, que si se quedan muchos gatos los vecinos acabarán llamando a la perrera para que no haya tantos...

Nos asomamos a verlos y, entre ellos, había dos machitos pelirrojetes preciosos. Dani que de niño tuvo una gata de ese color y siempre ha querido "repetir", se enamoró de ellos al instante. Así que decidimos adoptar también al más pitufito de los gatitos naranjas. GOKU. Mi peluchito.



Entonces tenían mes y medio. En casa los metimos en una cajita, y dado que las dos camaditas habían jugado juntos en su jardín, ellos dos ya eran amiguitos, y acurrucados uno junto a otro, explorando los ratitos que les dejábamos, pasaron la primera noche junto a sus nuevos papis, y siendo también por primera vez uno hermano del otro.


Han pasado ya casi cuatro meses, y os puedo decir que los adoro. Son geniales: vienen cuando los llamo como si fueran perritos, nos esperan en la puerta cuando nos vamos, les encantan las caricias...

A Nalita le encanta dormir acurrucada junto a mí, y darme besitos tooooda la noche. Por más veces que la llame cansina, me gusta un montón despertarme con sus mimitos y ronroneos. Además, en cuanto me muevo me sigue por toda la casa, incluso me abraza una pierna cuando ve que me marcho a trabajar para que me quede a su lado. Me quiere casi tanto como yo a ella.




Goku es un tranquilón. Puedes cogerlo como te plazca, el tío ni se inmuta. Está hecho para los brazos. Es un traviesillo, cualquier cosa que vea en la mesita o en la barra del salón es objeto de un robo por su parte: sigilosamente, lo coge con su patita, se lo mete en la boca, y lo lleva donde a él le apetezca jugar. Y, si por él fuese, comería de todo (incluso un día le pillamos comiendo ajo). Me parto con él.



Lo que más me gusta no es sólo lo que nos quieren a nosotros, sino el vínculo que se ha creado entre ellos. Los gatos suelen tener fama de traicioneros e independientes, pero en su caso, más bien al revés: hay una lealtad entre ellos que ya querrían muchos humanos. Por ejemplo, un día, sin querer, dejamos a Goku encerrado en un armario. Empezamos a buscarlo y no aparecía, así que hicimos nuestro truco secreto: mover la bolsa de su comida. Cada vez que la hacemos sonar, estén donde estén, los dos aparecen corriendo a nuestro lado. Pero en esta ocasión, el desparecido Goku no salió de su escondrijo, y curiosamente, Nala, que estaba a la vista y oía perfectamente la comidita moverse, seguía quieta junto al armarito del comedor. Extrañados, la observamos mejor y vimos que no paraba de rascar la puertecilla y maullar, como si intentase abrirla o pedirnos que lo hicésemos nosotros. Cuando lo hicimos, salió nuestro chico a todo trapo, y sólo entonces acudió Nala al comedero.

Otro día los llevamos a casa de mis padres. Ellos tienen una gata algo mayor que ellos, jovencita pero ya adulta y con más cuerpo, y aunque es muy buena, como cualquier animal territorial, se puso algo a la defensiva al ver a esos dos extraños invadir su hogar. Mis chiquitines estaban asustados, y no se atrevían a acercarse. Tampoco Bella, la "dueña" de la casa se acercaba a ellos, hasta que se le ocurrió ponerse junto a Nala y darle un zarpazo. Goku, que hasta ese momento se había mantenido apartadísimo del peligro, salió corriendo, se interpuso entre las dos hembras y le devolvió el zarpazo a Bella, defendiendo a su hermana de algo que a él le asustaba tanto como a ella.

 


Total, que como veis se me cae la baba hablando de ellos como a cualquier madre primeriza. Y es que, como sabréis todos los que seais amantes de los animalejos y tengáis mascota, a los bichitos se les quiere como a uno más de la familia.


 
 


 


 

 

 
 
 
Y yo a mis chiquititos, ¡los adoro!