jueves, 27 de noviembre de 2008

Sin luz al final del túnel



El silencio que la envolvía tan solo se quebraba con el sonido de sus sollozos.Atrás dejaba las risas, los juegos, el alcohol. Atrás lo dejaba a él. Por delante, hasta donde le llegaba la vista, no había nada que no fuese la más absoluta oscuridad. Y hacia allí se dirigía, a adentrarse en las fauces de la noche, donde no vería a nadie y nadie la vería a ella.
Tenía la piel de gallina y temblaba con violencia, pero no era consciente del frío que entraba en su cuerpo, así como tampoco notaba cómo los ojos le escocían, enrojecidos por el llanto. Ni se daba cuenta del hilillo de sangre que descendía por sus piernas y dejaba una estela apenas visible allí por donde pasaba. Lo único que tenía en su mente era el dolor tras descubrir que lo que había comenzado en el más ansiado de sus sueños se había convertido en la peor de las pesadillas.
Su mente se remontó al domingo, seis días antes, cuando lo vio por primera vez. Ella estaba esperando el autobús, y a lo lejos vio cómo un joven se acercaba. Su aspecto era bastante desaliñado: llevaba el pelo muy largo, despeinado y bastante grasiento, la camiseta llena de manchas y unos vaqueros desgastados y con varias rasgaduras. No le dio importancia, pues desde niña había sabido no juzgar por las apariencias. Sin embargo, tan pronto como el chico llegó a su altura, le dio un tirón a su bolso y salió corriendo con él. Y, por tanto, con las llaves de casa, la cartera con los 500 euros que acababa de cobrar, el móvil y las fotos. Muchas de ellas de su madre.
Trató de perseguirlo, pero él era mucho más rápido, y además había que sumar los segundos que había estado paralizada a causa del estupor. Sabía que no lograría darle alcance. Justo cuando estaba a punto de desistir, surgió de la nada otro chico. Un chico alto, fuerte, que parecía brillar con luz propia, como si un aura dorada lo rodease. En apenas un segundo derribó al ladrón y recuperó el bolso para devolvérselo a su legítima dueña.

-Largo de aquí o te daré una paliza, gilipollas- le espetó. El otro obedeció de inmediato, y se marchó maldiciendo por lo bajo a aquel héroe imprevisto.

-¿Estás bien? – le preguntó, y sonrió dejando al descubierto unos dientes perfectamente alineados y de un blanco inmaculado. Además, se le hicieron dos encantadores hoyuelos en las mejillas.

-Sí, sí… Muchas gracias… Si no llega a ser por ti…- contestó ella titubeando, turbada ante la belleza del muchacho.

-No tienes que agradecerme nada. Siempre es un placer ayudar a princesas en apuros. Me llamo Víctor, ¿y tú?

Ella, hechizada por su dulce voz y el azul de su mirada, contestó. Y pasaron toda la tarde hablando. En poco más de cuatro horas le contó cosas que jamás habría contado a un completo desconocido, como la muerte de su madre tras una larga enfermedad, la depresión que por eso sufría su padre y que le había dejado sin empleo y sin dinero para el alquiler. También le explicó que su tía se había ofrecido para hacerse cargo de ella y de su hermana pequeña mientras su padre se recuperaba, pero que él no daba muestras de mejorar en absoluto y lo más seguro era que tuviesen que quedarse para siempre en aquel lugar donde no conocía a nadie y donde tan sola estaba. Víctor, después de escuchar con atención y asentir con una mirada llena de cariño, solidaridad ye empatía, le dijo:

-Pero ya no estás sola. Ahora tienes un amigo. Puedes venir y contar conmigo cuando quieras.

Y así fue como, por primera vez en más de medio año, pudo volver a sentirse feliz. Quedaban cada día en aquella calle en la que él había actuado cual príncipe azul liberando a su princesa. Tomaban café, jugaban al billar, paseaban o simplemente charlaban durante horas en un banco. Y cuando parecía que las cosas no podían ir mejor, Víctor lo hizo: duplicó su felicidad al proponerle que al día siguiente, que era sábado, saliese con él y sus amigos de fiesta. ¡Por fin encontraba un grupo de gente! Y encima entraría en él de la mano de un chico tan maravilloso como aquel.
Pasó toda la tarde del sábado pensando qué ropa ponerse. Desde que falleció su madre no había vuelto a arreglarse. Hacía mucho que no llevaba falda ni dejaba sus delicados rizos color azabache sueltos. Los tacones y las pinturas estaban olvidados aún en las cajas de la mudanza. Pero la vida volvía a tomar su sentido y se acicaló llena de ilusión.
Cuando Víctor la recogió con su coche, se quedó sin palabras al verla. La miró de arriba abajo sonriendo. Luego sólo pudo decir que estaba preciosa. Condujo un rato en silencio, dirigiéndole varias tiernas miradas cada vez que se detenían en un semáforo. Al final rompió él de nuevo el silencio:

- Bueno, te voy a contar un poco los planes de la noche. Vamos a ir a una zona apartada, en mitad del campo, para beber un poco, porque en las discotecas está todo muy caro. Cuando estemos aburridos de estar allí, iremos a algún lugar con más ambiente. Luego volvemos todos en el monovolumen de un amigo, y cada fin de semana le toca a uno no beber para poder conducir. Somos siete justos, así que no hay problema. Te voy a hablar un poco de los demás, para que sepas algo de ellos cuando te los presente. Uno de ellos es Manuel, que es el macarrilla del grupo, aunque buena gente. Gonzalo es el bromista, siempre encuentra alguna gracia que decir, seguro que te ríes mucho con él. Con Andrea fijo que haces buenas migas, es un alma solidaria, trabaja como maestra voluntaria en la planta de pediatría del hospital. Luego está Borja, el tímido… A simple vista parece un poco raro, pero es porque le da mucho corte hablar con personas nuevas. Y la que queda es Laura, la artista del grupo. Si le dices cualquier cosa relacionada con la pintura, la tienes ganada.

Por fin llegaron al descampado en el que ya estaban todos esperándolos para el botellón. En cuanto hicieron las presentaciones, todos se mostraron realmente simpáticos, excepto Borja, que de verdad parecía tan introvertido como le había advertido Víctor. Se fijó un rato en él, porque parecía nervioso y bebía mucho más rápido que los demás. Su cara le sonaba, pero no sabía de qué. No le dio importancia porque lo estaba pasando genial, y además acaba de probar por primera vez la sensación de euforia que produce el alcohol. Estaba talmente desinhibida, y no paraba de reír con los chistes de Gonzalo. Al rato se fue con las chicas a escuchar música al monovolumen de Manuel, y se sentía al cien por cien integrada. Vio como Borja se alejaba del resto del grupo y se perdía en la espesura del bosque.

- Borjita ya va mear…Normal, si está bebiendo como una esponja…- dijo Laura.

Poco después llegó Víctor y le susurró al oído que si lo acompañaba al coche a por un CD para Gonzalo. Ella, por supuesto, aceptó. Bajó de un salto, y casi pierde el equilibrio, bebida como estaba, pero él la cogió por la cintura, y todos rieron. Así, con él rodeándola con sus brazos, fueron caminando hacia adelante, mientras se alejaban del resto de jóvenes.


-Tu coche no está por ahí –balbuceó sonriendo al tiempo que lo miraba con admiración.

-Ya, es que… Era una excusa… En realidad lo que quiero es pasear contigo y llevarte a un lugar donde se ven las estrellas y la luna, que hoy está llena y brilla casi tanto como tus ojos.

Un cosquilleo recorrió su cuerpo y pensó en la suerte que había tenido al conocerlo. Encima de ser tan sumamente guapo, era un cielo. Lo apretó con fuerza y siguieron caminando durante cerca de media hora. Estaba bastante cansada, y el efecto del alcohol comenzaba a desaparecer. Hacía rato que la luna se había visto claramente, de hecho ya había vuelto a ocultarse entre el manto de ramas y hojas que cubría los árboles, y ellos seguían avanzando sin descanso, pero ella estaba tan cómoda a su lado, que le daba igual andar hasta que saliera el sol. De pronto, una figura fue definiéndose ante ellos en la oscuridad hasta que pudo reconocer a Borja.

-Ya era hora, macho. Pensaba que me explotarían los huevos esperando a que me trajeses a la zorrita.

Le extrañó mucho oír a Borja llamarla así, y miró a Víctor para ver su reacción, y su sorpresa fue mayúscula al ver que éste la agarraba por los brazos con fuerza desde atrás, inmovilizándola. Borja la agarró por las piernas y se sentó sobre ellas, obligándola a dejarlas abiertas. Una vez tumbada, la cogió de los brazos, de manera que Víctor quedó con las manos libres para amordazarla.

-Date prisa, tío. Dame las pelas que habíamos acordado y deja que me pire. Paso de ver cómo te follas a la niñata ésta- dicho esto, Víctor volvió a cogerle los brazos, ignorando sus sollozos bajo el pañuelo, mientras Borja sacaba un fajo de billetes y se los metía en el bolsillo para volverla a sujetar entre los dos. Entonces Víctor la soltó del todo y se levantó.

- Que te aproveche, aunque no sé qué le ves... ¡Si está más plana que una tabla de planchar!- fue lo último que dijo antes de marcharse y llevarse con él el poquito de dignidad que aún le quedaba a la muchacha.

-¿No te acuerdas de mí, zorrita?-le dijo Borja mientras se desabrochaba el pantalón, aún sentado a horcajadas sobre su cuerpo-. No sabes lo que te va a doler que te desvirgue… Porque eres virgen, ¿verdad? Claro, una niñita de 16 años con esa cara de mosquita muerta… Pero tranquila, que yo te voy a dar una primera vez inolvidable- acercó su cara a la de ella, echándole su aliento impregnado de alcohol directamente sobre la nariz-. Seguro que hubieses preferido que te robase el bolso, no parecías tan asustada entonces como ahora.

Entonces lo comprendió todo: Borja era el chico que le robó el bolso hacía seis días. Por eso le sonaba. Sólo que ahora presentaba un corte de pelo pulcrísimo, un afeitado del todo apurado y lucía ropa de niño rico. Ese era el motivo de que no lo hubiese reconocido. Pero, si Borja era el ladrón y ya conocía a Víctor, deberían haberlo tenido todo planeado… Así que ya no cabía duda. Había sido víctima de la más burda mentira de su vida.

-Tu principito necesitaba pelas, y yo estaba encaprichado de ti desde que te vi la primera vez en la parada del autobús, frente al restaurante de mis padres, cada tarde. Así que hicimos un negocio: como a mí el dinero me sobra, sólo necesitaba el encanto para enamorarte, que es lo que le sobraba a él… El resto ya lo sabes. Ahora me toca recibir los beneficios de mi compra.

Entonces le abrió aún más las piernas y embistió con fuerza dentro de su cuerpo. Sintió que algo se desgarraba, y aun estando amordazada, sus gritos y sollozos retumbaban en la penumbra mientras Borja empujaba sin compasión y le tocaba con brusquedad por zonas que ella no quería ni pensar. Las piedras se le clavaban en la espalda, sobretodo después de que él le levantara entre golpes la camiseta. Siguió tocándola, lamiendo su cuerpo con su asquerosa saliva impreganda en alcohol al tiempo que continuaba arremetiendo contra ella. Estuvo así unos minutos más, y por fin paró de moverse. Se quedó quieto sin salir de dentro de ella, respirando dificultosamente. Al poco rato se levantó, encendió un cigarro y le escupió en el rostro bañado en lágrimas de la chica. Luego se agachó y cogió su bolso, el mismo que había cogido el domingo anterior.

-Yo nunca dejo nada a medias, zorrita. Así que esto me pertenece.

Y la dejó allí, con la única compañía de su propio llanto. Y allí empezó un camino que sólo conducía a la oscuridad.


lunes, 24 de noviembre de 2008

Mis dos Santas Madres


Bueno, el título de hoy suena muy religioso... Os explico: hoy es Santa Catalina. Y Catalina se llaman mi madre y mi abuela. O dicho de otra forma, Catalina se llaman mis dos madres.



Yo vivo con mis padres y mi hermana, pero la casa de mis abuelos está sólo dos pisos por encima de la mía, así que, como es de imaginar, el contacto y la relación que tengo con ellos no es de nieta y abuelos, sino más bien de hija y padres.




Por lo tanto, cuento con la bendición de tener dos mamis, aunque a la hora de ordenar la habitación o de pasar mucho tiempo fuera de casa y sin estudiar, más que una bendición parece casi una pesadilla pequeña. Eso sí, una pesadilla que merece la pena, que se me enfadan...





Tengo dos mujeres que darían la vida por mí, que han jugado conmigo durante horas a lo largo de mi infancia, que han perdido su tiempo en darme de comer mí (que con lo que trago ahora, y de pequeña no abría la boca ni loca), me han colmado de regalitos y, sobretodo, han tenido sus brazos abiertos durante 20 años para abrazarme constantemente, hasta dejarme a veces casi sin respiración. Porque me quieren tanto que ni el aire cabe en mis pulmones, ya que los llenan ellas dos de amor.




Sería imposible contar todo lo que me han dado... Más que nada porque me saldría una entrada aún más larga de lo habitual, y el blog me quedaría "gigante hasta las nubes", como el tren que quería mi primito Álex. Por lo tanto, lo que me dé tiempo a escribir, hay que multiplicarlo por mil... Y aún así se quedará corto. Porque ellas no descansan de hacerme feliz.



Podría recordar por ejemplo aquellas tardes en que mi abuela me llevaba a pasear por la acera de debajo de mi casa a coger flores cuando aún usaba pañales. No recuerdo mucho, porque era muy pequeña, pero sí me acuerdo de coger florecitas amarillas. Y según me cuenta ella, me paraba a mirar los bichos que encontraba: "Abuelita, un bicho. Abuelita, otro bicho". Y ella con más paciencia que un santo, a agacharse para ver bien las hormiguillas y escarabajos o lo que fuese...



También podría recordar cómo mi madre jugaba a las cocinitas conmigo como si tuviésemos la misma edad (aunque bien mirado, poca gente puede presumir de tener una mami tan jovencita como la mía). La capacidad de volverme niña pequeña cuando estoy con niños pequeños la he debido sacar de ella, eso está clarísimo. Los tres años que pasé como hija única no tuve tiempo de aburrirme, porque ella me regalaba todo su tiempo, para jugar conmigo y ser, además de una excelente educadora y cuidadora, una compi de juegos divertidísima.




Otro recuerdo de esos que te marcan la infancia es ir con mi abuela miles de tardes de verano a merendar al polideportivo. Los cinco primos, un balón y un par de botes de Dan' up, además de galletas, chocolate (blanco, que si no no comía Ana)... Y a jugar durante horas bajo su atenta mirada. Luego nos llamaba para que merendásemos toda esa enorme cantidad de comida (tan dulce como ella) y nos limpiábamos en su eterno pañito de colores, jejeje.



Volvemos a mi mami... A recuerdos malos... A esas tardes de Bachillerato, en las que un montón de artistas, reyes, filósofos y verbos de latín me atormentaban, muchas veces hasta las lágrimas... Y mi pobre madre se perdía el programa de turno de la televisión para "pasarme nota" (que es lo que mi hermana, mi madre y yo utilizamos para decirnos que comprueben si sabemos la lección). Durante horas estaba sentada en mi cama, oyendo cómo yo gritaba de rabia cuando no conseguía aprenderlo todo, y cuando había suerte le tocaba tragarse las declinaciones griegas... Luego se oía un gritito desde la habitación de mi hermana: "¡Mamáááá! ¡Ven a pasarme notaaaa!" Y como una pelota se pasaba la tarde y muchas veces la noche de un cuarto a otro, para escuchar cosas sobre Jenofonte unas ocasiones y las capitales de Europa otras. Ahora ya en la universidad la he dejado descansar, porque es tanto y tan raro lo que estudio que es mejor que lo estudie a mi rollo, pero sé que si algún día decido volver a las andadas, ella volvería a "pasarme nota" sin dudar.



Y otra vez a hablar de mi abuela. La mitad de mi armario era artesanal. La gente se quedaba alucinada cuando veía a dos niñas vestidas iguales, con pinta de repollo. Parecía que se preguntaran "¿Es posible que las tiendas vendan esos trajes tan barrocos?" Era obvio que no, eran trajes que mi abuela realizaba con sus propias manos, armada con su aguja y su máquina de coser. La cantidad de flores que nos habrá cosido ella y puesto nuestra madre... Parecíamos dos prados andantes. Y bueno, pese a parecer ramos de flores, eran muy artísticos, y sobretodo estaban hechos con mucho amor y una gran dedicación y esfuerzo.



De nuevo con la mami... ¿Qué decir de esas fantásticas tartas de cumpleaños a rebosar de chucherías? Pues prefiero decir pocas cosas, la verdad, porque hoy, como he comido en la universidad, he tomado sólo un Kawa (que para abreviar diré que es parecido a no comer nada), y si me pongo a hablar mucho de semejante delicia no me quedará más remedio que ir a la máquina y sacarme una bolsita de chuches... pero como para eso tendría que dejar la entrada a medias, mejor que cambie de tema. Sólo decir que el ingrediente secreto de esas tartas era cariñito.



Ese mismo ingrediente secreto lo llevan los papajotes de mi abuela. Receta del pueblo, una maravilla para el paladar. Cada mañana de fin de semana nos juntábamos los cinco primos en su casa y ella venga a hacer papajotes. ¡Volaban! Hacía unos cuantos requemados para quienes los preferíamos tostaditos, y otros blanduzcos para quienes les gustaba la sensación de la cremilla en su boca. ¡Me empiezan a crujir las tripas con tanta comida!



¿Conocéis a alguien capaz de rechupetear un papel de quesito y tirarlo en el suelo de su propia casa varias noches? Yo sí... Mi mami... Cuando se nos caía un diente a mi hermana o a mí, dejábamos debajo de la almohada (además de "la gran pérdida dental") un quesito... ¡Es que el viaje cargado de regalos es muy cansado para un ratón! Y claro, abre el apetito... Entonces mi madre, además de llenar la cama de regalos (aún no sé cómo no me despertaba cuando metía bajo mi cabeza una caja de la hermanita de Barbie o la película de "Babe, el cerdito valiente"), se comía el quesito (supongo que sin ganas, porque un quesito casi de madrugada no es lo que más suele apetecer), y luego tiraba el papel por ahí en medio. Al día siguiente, llena de ilusión, abría los regalos con nosotras y fingía sorpresa cuando algún regalo nos dejaba sin palabras. Incluso se atrevía a insultar al pobre Ratoncito Pérez: "Tú te crees el ratón marrano... Coge y tira el papel...Cómo se nota que no barre él... ¡Qué cochino!" Nosotras nos partíamos de risa al ver que cada vez lo repetía, aunque le pidiésemos por carta que fuese más limpio y lo llevase a la papelera. Y nunca caíamos en la cuenta de lo raro que era que aunque se me cayese el diente a mí, también recibía Ana regalos, y cuando era ella la mellada, mi almohada también tenía sorpresa.



Eso por no hablar de las noches de Papá Noel... Siempre adelantadas para que mis primos estuviesen en Benidorm y no en el pueblo... Mi casa llena de papeles, luces, gritos... Y juguetes a mansalva. Todo gracias a los "duendes de Santa Claus", entre ellos mi mami y mi yayi...



Bueno, creo que voy a parar ya, que me estoy poniendo sentimental y no me gusta la idea de echarme a llorar en mitad de la sala de ordenadores de la biblioteca... La gente me miraría raro...



Así que acabo esta entrada con la frase más importante del día:



¡FELIZ SANTO, MAMI Y YAYI!!




sábado, 22 de noviembre de 2008

La Familia del Arco Iris



Saúl se sentó delante del gran tazón de cereales que le había preparado papá. Normalmente, le costaba mucho tomarse el desayuno rápido, pero aquel era un día especial y quería terminar de prepararse pronto para poder salir cuanto antes. Así que decidió tomarlo muy rápido, tanto, que se atragantó y tosió mucho.

-Saúl, no seas burrito. Hay que tomar las cosas sin pausa pero sin prisa, si no mira lo que te puede pasar.

Él sabía que cuando los papás riñen a sus hijos no es porque no los quieran. Sabía que todos los papás que quieren a los niños, además de hacerles regalos, darles abrazos y arroparlos por las noches, tienen que advertirles de las cosas que están mal. Aún así, Saúl prefería un achuchón o un cochecito de juguete antes que una bronca, por más pequeñita que fuese. Además, siempre le pedían que fuese como Superman y se bebiese la leche en poco tiempo. ¿Por qué ahora papá no le hacía gracia que fuese tan veloz como un héroe?

- Perdón- dijo a regañadientes-. Es que estoy muy ilusionado y no quiero que perdamos el avión. ¿Has terminado de preparar el "iquepaje" como te dijo mamá?

Mamá entró riendo en la cocina y dijo:

- Se dice "equipaje", tesoro- luego le ordenó a papá:- Tira y acaba tu "iquepaje", que tiene razón el pequeñajo.

Saúl no entendía nada. Si mamá le acababa de decir a él que se decía "equipaje" y no "iquepaje", ¿por qué ella volvía decirlo mal? A veces no hay quien entienda a los mayores.

Cuando acabaron, fueron todos juntos en taxi, que era un coche normal, aunque Saúl se esperaba que fuese un súper-coche. Llegaron en él al aeropuerto. Saúl corrió de un cristal a otro para ver los aviones que despegaban y aterrizaban.

-¡Mirad qué grandes, mamá y papá! ¿En cuál vamos a ir? ¿Subirá tan alto como aquél?

Los papás trataban de responder a todas sus preguntas, hasta que llegó el momento de embarcar. Saúl estaba tan nervioso que no podía dejar de dar saltitos. Dejaron la maleta en una cinta transportadora como la de la caja del supermercado. Un poco asustado, preguntó:

- Si esas maletas son nuestras, ¿por qué nos las van a hacer pagar?

-No nos van a hacer pagarlas. Las van a llevar dentro del avión con el resto de maletas, y cuando lleguemos a China, nos las devolverán.

Entonces llegó la hora de subir al avión. ¡Era grandísimo! Subió las escaleras imaginando que era el piloto, y una vez acomodado en su asiento, siguió jugando, mientras se veía realizando piruetas en el aire. Pero claro, ser un piloto acrobático, aunque sea soñando despierto, da mucho sueño, y no tardó en dormirse acurrucado entre papá y mamá. Y dormido siguió soñando que viajaba entre las nubes.

Papá lo despertó con la noticia de que ya estaban en China. Lo tomó en brazos hasta bajar del avión, y después de recuperar las maletas, montaron en autobús. Saúl se fijó en que todo el mundo allí tenía la piel muy clarita, casi amarilla, y los ojos pequeños y alargados hacia los lados, como el señor que les llevaba arroz los viernes por la noche o la chica que vendía juguetes cerca de la casa de su amigo Toni.

Unas cuantas paradas después, bajaron y fueron andando hasta una casa muy grande y un poco vieja, con un patio en el que jugaba muchas niñas con los mismos ojos que la gente del autobús. También la señora que les abrió la puerta tenía esos ojos. Los condujo por muchos pasillos y les hizo detenerse delante de una puerta que tenía un cartel. Era un cartel muy raro, porque las letras que tenía escritas no eran ni la S de Saúl, ni la T de Toni, ni la M de Marina, ni la A de Alejandro, ni la L de Laura, que eran las letras que aprendían en el cole. Cuando la mujer abrió la puerta, lo primero que vieron fue una cuna de bebé, y dentro de la cuna había una personita muy pequeña. Mamá se tapó la boca y lloró un poquito al mismo tiempo que reía. Como Saúl era un chico mayor no se asustó de ver llorar a mamá. porque sabía que eso era llorar de alegría. Papá la abrazó y a él le agarró muy fuerte de la mano.

-Mira, Saúl: ésta es Bea, tu hermanita.

Mamá la cogió en brazos y todos se sentaron a mirarla. Era igual de pequeña que los muñecos que tenían en el cole, y sus ojos eran como los de las niñas y los mayores de allí fuera. También su piel era tan clarita que parecía amarilla. Entonces miró a mamá, luego a papá y, finalmente, se miró a él en un espejito pequeño que había en la pared. Y se puso a recordar las familias de sus amigos. Y después de pensar un poco, dijo:

- No nos parecemos. Las demás familias sí se parecen. Laura y su hermana tienen el pelo amarillo como su mamá y los ojos azules como el cielo igual que su papá. Y los cuatro tienen la piel un poco clarita. Alejandro y su hermano tienen el pelo negro como su papá y los ojos verdes de su mamá. Pero nosotros somos muy diferentes... Vosotros tenéis la piel ni muy clara ni muy oscura. El bebé la tiene tan clara que parece amarilla, y yo tan oscura que parece casi negra, como el chocolate. Bea y yo tenemos el pelo negro, pero ella tiene poco y liso, y yo mucho y rizado. Vosotros dos tenéis el pelo marrón. Los ojos nuestros son negros, los de mamá verdes y los de papá marrones. Y todos tenemos los ojos muy grandes menos el bebé.

Papá y mamá se miraron sonriendo, y papá contestó:

- Eso es porque los niños se parecen o no a sus papás según la forma en que hayan llegado a la familia. Tú sabes que hay mamás que tienen un bebé en la tripita y, cuando crece, sale con su familia, ¿verdad?- Saúl dijo que sí muy fuerte moviendo la cabeza de arriba hacia abajo-. Pues esos niños se parecen a sus papás en la carita. Pero hay otros niños que crecen en la tripita de una mamá que no puede cuidarlos, y también hay mamás que pueden cuidar niños pero no pueden tenerlos en sus tripitas. Tú y Bea estuvisteis en la tripita de una mamá que no podía cuidaros, y esta mamá que tenemos aquí sí podía cuidar niños pero no podía tenerlos en la tripita. Por eso, mamá y yo fuimos a Kenia a buscarte a ti hace cuatro años, y ahora hemos venido a China a buscar a Bea. Y os llevamos a casa para quereros siempre. Eso también lo sabes, ¿a que sí?

-Sí... Por eso Bea y yo no nos parecemos a vosotros: porque no estuvimos en la tripita de mamá.

- Claro... Por eso nuestros ojos, pelos y pieles son de diferentes colores. Pero piénsalo así: si el arco iris fuese todo del mismo color, sería igual de bonito?

- No... Es tan bonito porque tiene muchos colores.

- Pues en nuestra familia pasa lo mismo: somos una familia muy especial porque tenemos muchos colores. Y aunque seamos diferentes, estamos siempre juntos. Como el rojo, el naranja, el amarillo, el verde, el azul y el lila del arco iris.

- Entonces... ¡Somos la familia Arco Iris!

Mamá y papá rieron.

- Sí, tesoro. Somos la familia Arco Iris.

Y se abrazaron todos tan fuerte y tan sonrientes, que nunca se había visto un arco iris tan feliz como aquél.