viernes, 26 de junio de 2009

Celos



No conseguía conciliar el sueño... El estómago le daba vueltas dentro de la tripa, y su mente volaba de imagen en imagen, todas ellas de lo más desagradable. El corazón le latía tan fuerte dentro del pecho que parecía que miles de caballos galoparan por una llanura al unísono. Se sentía traicionada, humillada... Y sobretodo, se sentía sola.

Inés nunca había sido una "chica 10". Ni mucho menos. Durante toda su vida había estado realmente flacucha, no delgada, sino enclenque, sin ningún indicio de formas femeninas bajo sus holgadas ropas. Su metro cincuenta y cinco la acomplejaba muchísimo, pero su torpeza le impedía usar tacones para disimular su corta estatura. Tenía el pelo muy rebelde, siempre encrespado, y escondía su rostro debajo de un gran flequillo. Además, tenía un carácter verdaderamente retraído: relacionarse con gente de su edad constituía para ella un verdadero suplicio.


Aún así, la vida le obsequió con dos bendiciones: Nati y Jesús.

Nati había llegado al instituto dos años atrás (conincidiendo con la marcha de Jesús), y era la típica chica que haría pasar desapercibida a las más bellas actrices: sobrepasaba el metro setenta, tenía una larga y espesa melena rubia que contrastaba con el bronceado perenne de su piel, y unos ojos verdes enmarcados por sendos manojos de tupidas pestañas. Las curvas de su cuerpo eran la perdición de cualquier chico y la envidia de cualquier chica. En resumen, Nati era la antítesis de Inés. Y, sin embargo, se hicieron amigas inseparables. Nati la ayudaba en todo, le brindaba cariño, y la apocada Inés entró de su mano en el exclusivo de club de los populares del instituto. Aquellos que nunca la habían mirado ahora sabían su nombre y empezaban a reírse con su ingenio, hasta ahora nunca reconocido. Nati le alisaba el pelo, le aconsejó cómo vestir mejor y le enseñó a sacar el máximo partido a sus rasgos con un buen maquillaje. Incluso la llevó a "Marguerite", una joyería muy cara en la que habían joyas preciosas a las que difícilmente podían aspirar, pero que eran bellísimas a la vista. Juntas admiraban aquellas pequeñas maravillas, y las dos se enamoraron perdidamente de un corazón de plata con una increíble pedrería.

Jesús había sido su único amigo desde la infancia. Habían compartido todo tipo de momentos: buenos y malos. Se idolatraban mutuamente, se apoyaban el uno al otro cuando se encontraban mal, compartían aficiones y respetaban sus diferencias. Nunca se habían fallado, y el cariño que se procesaban era inmenso. Nadie la comprendía como Jesús, ni a nadie comprendía ella como a él. Aún ahora recordaba como el peor día de su vida aquel en que Jesús hizo sus maletas para pasar los años del Bachillerato en Barcelona, en casa de su padre.

Pese a que se afirme lo contrario, muchas veces la distancia aviva los sentimientos, y si a eso se le sumaba el comparar a Jesús con los superficiales chicos del grupo al que se había unido con Nati, Inés tomó conciencia de que siempre había estado enamorada de su más fiel amigo, guardándolo tan en secreto que ni ella misma se había enterado de ello. Cuando no pudo negarlo más, fue Nati, su nueva compañera, la elegida como confesora. Y fue también Nati su gran apoyo, su paño de lágrimas y la mejor consejera que pudo imaginar.

Cuando terminaron Bachiller, Inés recibió una genial noticia: ¡Jesús volvía! Echaba de menos Alicante y había decidido que sería en esa ciudad donde llevaría a cabo sus estudios universitarios. La chica lo celebró con su amiga, quien se emocionó por poder conocer al famosísimo Jesús y, sobretodo, ver feliz a Inés. O al menos, eso parecía...

La llegada de Jesús empezó como un sueño: abrazos en la estación de autobuses, gritos, lágrimas de emoción, intercambio de novedades... Y la ilusión de la chica por presentar a sus dos mejores amigos, por poder estar con los dos simultáneamente. Pero esa ilusión se vio truncada cuando, después de la esperada presentación, vio su reflejo en los ojos de Jesús y lo comparó con la preciosa imagen de Nati... Ella no era nada, un simple esperpento a lo sumo, en comparación con la exuberancia de aquella rubia...

La tarde transcurrió entre risas por parte de los tres, pero las de Inés eran fingidas... Los otros dos lo atribuyeron a que tal vez estaba demasiado extasiada por haber visto cumplido su sueño, pero en realidad era porque los celos se la estaban comiendo viva... Cada vez que los ojos de Jesús pasaban cerca de Nati, un impulso hasta ahora desconocido se adueñaba de ella, y le gritaba que debía agarrar a su amiga y sacudirle... Esos sentimientos la asustaban, pero má aterrador era aún pensar que Jesús se enamorase de otra que no fuese ella... Que fuese mejor.

Día a día, trataba de hacer planes por separado con ellos: si quedaba con Jesús por la mañana, proponía a Nati dar una vuelta por la tarde, o al revés. Teniendo en cuenta que hasta antes de la llegada del joven la mayor ilusión de Inés era pasar tiempo los tres juntos, a veces insistían en quedar los todos en grupo, y ella no podía evitar pensar que el chico podría comparar directamente su escurrido cuerpo con la magnificencia de Nati.

Empezó a desconfiar de cualquier palabra que ellos (y, en especial, ella) dijesen. Los comentarios amables estaban llenos de dobles sentidos a sus oídos, imaginaba una terrible conspiración en la que ambos se reían de ella, tendidos en una cama, con la ropa esparcida en el suelo, después de hacer el amor. "Pobrecilla... Creerá que una raspita de pescado como ella tiene algo que hacer con un chaval tan perfecto como tú, que puede optar a un cuerpo de escándalo como el mío". "Bah, ¿qué más te da? Mientras tú y yo podamos disfrutar el uno del otro, esa niñata tan plana se puede ir a paseo". Conversaciones de ese estilo se recreaban una y otra vez en su mente.

Todas sus sospechas se vieron confirmadas un fatídico día en el que, estando con Jesús tomando algo en la terraza de un bar, sonó el móvil del chico. No pudo dar crédito a lo que veía cuando leyó en la pantalla que la llamada entrante era de Nati. El chico, rojo como un tomate, colgó diciendo: "Qué pesados, estos de Movistar... No pienso cogerles el teléfono". Rezando para equivocarse, aprovechó que él se levantó para ir al servicio para leer su bandeja de entrada. El corazón se le deshizo en el pecho cuando vio que estaba llena de mensajes de Nati. Desesperada, abrió el último, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a asomarse a sus ojos. "Vale, mañana nos vemos a las 11 en la plaza Cortés. Y tranquilo, que Inés no se enterará de nada". Notó la cara ardiéndole de rabia, y apretó los puños y los dientes hasta que le dolieron. Sin decir nada, dejó el aparato en la mesa y salió corriendo, tragándose las lágrimas y con ellas el orgullo"Muy bien. Vais a acordaros de esta jugarreta".

Fue esa noche la que tanto le costó dormir. Su corazón le decía que era imposible que Jesús y Nati estuvieran comportándose así con ella, pero... ¿acaso cabía duda? ¿No lo había leído con sus propios ojos? No quedaba más remedio... Debía ir allí, a su cita, y cantarles las cuarenta. Eso no se le hace a una amiga... Y menos a una amiga enamorada.

11.00. Lleva esperando nerviosa varios minutos, y aún no han aparecido. Espera diez minutos más, sabiendo que ambos son impuntuales. Entonces los ve ya juntos, sentados en un banco. Se acerca sigilosamente por detrás y escucha su conversación:

- Ayer Inés vio tu llamada en el móvil... O eso creo, porque se quedó muy seria cuando te colgué, y en cuanto me descuidé se fue corriendo sin decir ni adiós. No sé si hacemos bien... Pobrecita.

¡Oh qué buena persona! Se compadecía de ella... ¡Encima! ¿Qué quería, quedar de bueno ahora? ¿Un Nobel a la amistad?


- No, Jesús, no te puedes arrepentir... Esto que estás haciendo es precioso... Si se molesta un poco, que se aguante- ambos rieron, poniendo aún más de los nervios a Inés- En serio, es cuestión de tiempo... Ya verás qué pronto se le pasa...

- Bueno, cambiando de tema... Te he traído lo que me pediste- extrajo una caja preciosa, llena de corazones, del bolsillo. No podía ser: ¡llevaba la etiqueta de la joyería "Marguerite"!- Dime si es éste, por favor...

Nati desenvolvió el paquete, y dentro estaba, ni más ni menos, que el precioso corazón de plata por el que ambas habían suspirado... ¡No podían ser tan crueles!

-¡Sí, sí que es! Oh, Jesús, eres realmente romántico...


Inés no pudo aguantar más. Se lanzó encima de ellos, y empezó a increparles su comportamiento. Pero en especial se cebó con Nati. Cogió su cabeza, adornada con esos perfectos bucles rubios, entre sus manos, y la golpeó repetidas veces contra el banco. Ni siquiera era consciente de los gritos de Jesús pidiéndole que parase, ni de la sangre chorreando entre sus dedos. Seguía vapuleándola, entre gritos, sin clemencia alguna, guiada tan solo por el impulso y su dolor, un dolor que se le hincaba en las entrañas y la destrozaba por dentro, cegándola, impidiéndole ver lo desmesurado de la agresión a la que estaba sometiendo como castigo a quien le había dado todo cuanto tenía.

Pero el despertar tuvo que llegar, no había más remedio, y cuando tomó conciencia de sus actos, ya era demasiado tarde: Nati yacía sin vida, con sus ojazos verdes apagados, su preciosa melena esparcida por el banco, sus sensuales labios abiertos sin que ninguna exhalación se escapse entre ellos. De sus largas manos con perfecta manicura aún pendía el colgante de corazón, y en el suelo estaba la cajita que lo contenía, con una nota dentro, que había resbalado de su regazo. Inés sintió que el suelo se resquebrajaba bajo sus pies conforme iba leyendo el contenido del papel:

"Querida Inés:
Quisiera decirte que estoy completamente enamorado de ti. Toma este colgante como muestra de mi cariño. Sé que te gustará, puesto que Nati me ha ayudado a elegirlo. Y también me ha ayudado a encontrar el valor para expresar mis sentimientos. Espero con ansia que me regales tu corazón como yo te regalo éste y el mío.

Jesús."


Sin creer aún lo que había hecho, echó un rápido vistazo al corazón que pendía de las inertes manos de su amiga. "Inés y Jesús", rezaba la inscripción de la joya.

El mundo quedó escondido en una densa niebla. Sus pulmones olvidaron cómo era aquello de respirar, e incluso sus ojos se secaron de inmediato. únicamente sus piernas respondieron a su mente. Corrió rápido, sin que nadie la pudiese alcanzar. Esa era la única ventaja de un cuerpo tan menudo. Llegó a casa, y tomó entre sus manos la más reciente foto que se había tomado con Nati... Su Nati... No podía creer que ella misma le hubiese arrebatado la vida a aquella bellísima persona de manera tan irracional... Con la mano derecha acercó la foto a su corazón. Subió al alféizar de su ventana, un séptimo piso en pleno centro de Alicante. Y pidiendo perdón a su mejor amiga, la que le había ayudado hasta instantes antes de morir entre sus manos, dio un paso al frente, matendo así los odiosos celos que habían segado el futuro de ambas.