miércoles, 16 de septiembre de 2009

Confidencias con la Reina de los Consejos


¿Y si ésta es la definitiva? ¿Y si justo hoy, que no comprendo qué he hecho mal, es cuando todo se acaba?
Lo más probable, lo que me dice la experiencia (que según dicen, es la madre de la ciencia), no pasará así… La historia se repita así cada vez que… ¿Cada vez que me equivoco? ¿Que se equivoca él?... Bueno, la historia se repite cada vez. Pasarán un par de días en los que yo moriré de angustia a todas horas, con la incertidumbre y el olor a desamor grabados en la piel. Mientras, él sonreirá cuando no esté conmigo y se comportará con la mayor frialdad e indiferencia posible en cuanto me vea.
Arrogante, cruelmente.
Y cuando se haya serenado, cuando la templanza haya vuelto a sus nervios (y los míos estén fuera de quicio), él volverá a mostrarse encantador, a enseñarme los besos que guardan sus labios y la dulzura de sus gestos y palabras. Por mi parte, yo, aunque me muera por devolverle la centésima parte del daño que me ha hecho, me resignaré a olvidar los dos días de dolor y me limitaré a amarle, a envolverle con mis brazos, mi risa y mi cariño. Y todo por no perderle.
Pero hoy, hablando con la Reina de los Consejos, mi Pan Bimbo, hacedora de sándwiches de primera calidad me he planteado algo: ¿ y si eso fuese lo mejor para mí? ¿Y si me conviniese perderle?
Quizá me merezca a alguien que considere que mis virtudes puedan superar a mis defectos. Una persona que esté dispuesta a olvidar mis desavenencias con él, capaz de darme un beso para hacer las paces cuando me arrepiento de alguna tontería, en lugar de pudrir cuarenta y ocho horas cada vez que protesto por algo que él considera bueno. Es posible que yo pueda aspirar a un chico que decida que pasar horas muertas junto a mí sin abrazarme duele más que arrancarse el orgullo de dentro del alma de un tirón. A lo mejor soy digna de alguien que me necesite de la misma forma en que yo le necesito a él.
Incluso he pensado que tal vez merezca ser yo la dura en algún momento, quien lleve las riendas de la relación, la que no tenga miedo de dejarla caer al suelo y que se rompa en mil pedazos. Pasar de ser el miembro de la pareja que siente un nudo en el estómago todo el tiempo que él decida a tener en mis manos el nudo en el estómago de otra persona, para atarlo y desatarlo cuando yo quiera.
Al leer este último párrafo, la Reina de los Consejos me ha interrumpido:
-Entonces serías tú quien le estaría haciendo a otra persona lo que él te está haciendo a ti.
Y, como siempre, ella tiene razón. Por eso he llegado a la conclusión de que lo más posible es que tan solo merezca a alguien como yo: imperfecto, quejica, pero que defienda la libertad de ideas y de expresión. Y sobretodo, que conozca la sutil diferencia entre ORGULLO y DIGNIDAD, para aprender así a perdonar a los seres queridos sin hacerles pasar por la cámara de los horrores primero. Perdonar sin castigar.
Sí, tal vez sea lo mejor… Pero de todas formas, me quedaré en mi rinconcito, rogando al cielo que pase lo de siempre: que por más que me torture, acabe soltando el látigo para acariciar mis heridas con sus dulces manos de verdugo.