domingo, 19 de julio de 2009

Respeta a tus mayores y pisotea a tus menores


Siempre he sido una persona respetuosa, no sólo con la gente de bastante más edad que yo, sino con todo el mundo. Soy humana, y está claro que cuando me provocan más de lo que quisiera, no siempre puedo controlar mi tono de voz o las formas. Pero, en general, no voy por ahí faltando el respeto a la gente así porque sí. Además, me levanto de buen gusto en el autobús si veo a una señora muy mayor de pie; cuando se me pregunta por una calle contesto con una sonrisa en la boca... Y tengo 20 años.

Esto lo digo porque corre un infundado rumor acerca de la mala educación y de la falta de respeto de los jóvenes hacia sus mayores. Me paro a repasar mentalmente el trato que mis amigos y conocidos dispensan a la tercera (e incluso "segunda") edad y me sorprendo: nadie les grita, ni les amenaza, ni les pisa, ni les empuja... Diría que se les trata con cordialidad. Está claro que siempre va a haber algún idiota que haga el cafre por ahí cuya máxima diversión sea molestar al prójimo (sea cual sea su edad, que nadie se lo tome como algo personal, hay personas que son así y punto). El caso es que volvemos a las odiosas generalizaciones: porque hayan grupitos de jóvenes que no tengan ni una pizca de educación, no se puede meter a todos los menores de 40 años de una sociedad en el mismo saco. Porque por esa regla de tres, yo podría decir que son los ancianos los que tratan sin ninguna educación a los jóvenes, en base a mi experiencia con abueletes maleducados.

Véase el ejemplo de las carrozas de fiestas. Como en muchos pueblos y ciudades, en Benidorm, para las fiestas patronales, las peñas locales salen montadas en carrozas tirando caramelos. Los niños, felices, se apresuran a recogerlos del suelo con sus dulces sonrisitas pintadas en la cara. Y ahí están ellas, las abuelas que tanto increpan a la juventud su mala educación, para pisar las pequeñas manitas de la chiquillería. "¡Qué exagerada!", pensará quien lea esto. Pues no: es cien por cien verídico. Todas las personas benidormenses con las que he tratado este tema han coincidido en afirmar que en su más tierna infancia vieron cómo un tacón de bruja se clavaba en sus manos el día de las carrozas. No es broma. Ya ves tú, si a su edad esas mujeres tendrán el azúcar por las nubes y ni podrán comerse los caramelos... Parece que piensen: "Si yo me jodo sin probar esta delicia, el mocoso este del jersey de Pocoyó y chupete azul no va a disfrutar de semejante placer...".

Por si fuera poco, les da igual que un niño de tres o cuatro años no vea nada si se le coloca una señora de más de metro y medio de altura y con un cardado alucinante. Recuerdo vagamente a mi padre rogarle a una señora que me hiciese un huequecito para ver las carrozas, y cómo tras perder en la negociación, me subió a sus hombros, ganándose las quejas de otra señora porque no veía conmigo tan alta. Y un recuerdo más definido es el de cuando llevamos a Marcos, el primo de mi amiga Sheyla a verlas pasar y un matrimonio de unos 50 años (no muy mayores, vaya) no quiso abrirse un poco para que cupiese el carrito del niño, a pesar de que había sitio de sobra si se movían un pelín... Vamos, que si llegamos intentar meter el carro, yo creo que se hubiesen sentado encima para chafarlo...

Dejando a un lado "el maltrato a la infancia", vamos a pasar a chicos y chicas de mi edad... Lo que ellos conocen como "la juventud de hoy"... Me remonto a un importante partido de fútbol de esta primavera. Yo había quedado con mi novio y unos amigos para verlo en un bar, pero antes tenía que pasarme por casa de Sheyla. Así pues, le dije a mi chico que me guardasen sitio porque yo llegaría algo más tarde. Entré al bar a la hora acordada, saludé a todo el grupo y fui a sentarme en la punta más alejada de la tele, donde estaban las dos chicas que, aparte de mí, fueron a ver el partido: era el único modo de ver el fútbol y al mismo tiempo hablar con coherencia sobre algo diferente a los fueras de juego y la profesión de la madre del árbitro. Casualmente, esa silla estaba al lado de la mesa de varios matrimonios mayores. La señora que estaba más cerca de mí tiró de la silla con brusquedad (si no llego a estar atenta me hubiese estampado de culo contra el suelo) y comenzó a gritarme:

-¡No, no, no, no, no, niña! Ni se te ocurra sentarte ahí, vamos - todo esto con la furia brillando en sus ojos- Vamos, qué poco respeto, va a taparme toda la tele...

Alucinando y murmurando que la irrespetuosa era ella y que si hubiese sido uno de nosotros el que hubiese gritado así nos habrían puesto a TODOS a caldo, me senté al lado de Dani: no podría mantener una conversación normal en 90 minutos (y el descanso), pero al menos podría recibir mimitos de mi chico... Resignada, arrimé una silla a su lado, temiéndome que en el primer gol la emoción de mi macho cabrío podría causarme la muerte por infarto, pero iba muy desencaminada: el gran susto no me lo iba a dar él, sino una señora mayor de otra mesa diferente (aquel bar parecía el Hogar del Jubilado). La mujer en cuestión, una octogenaria por lo menos, corrió mi silla, puso su boca pegada a mi oreja izquierda y murmuró en un estilo entre mafioso de Nápoles y chunga barriobajera a lo Belén Esteban:

- Mira, nena, o te apartas, o te aparto.

Estuve a punto de reírme en su cara, porque me hubiese gustado ver cómo una persona de tan avanzada edad me hubiese podido apartar a mí, que no soy para Super Woman pero que... Vamos, creo que sobran las palabras...Mi fuerza física será escasa, pero seguramente superaría a la de aquella venerable ancianita... Sin embargo, en representación de mi gremio de Jóvenes Internacionales Con Educación (un conjunto de gente bastante numeroso, por cierto), me di la vuelta, la miré a los ojos y le dije:

- No señora, ya me aparto yo sola, no vaya a ser que se haga daño usted.

Total, que me pasé todo el partido en un rincón, agachadita hasta el punto de estar a punto de pillar tortícolis. Eso sí: nuestro equipo ganó y el suyo se comió varios goles. A veces existe la JUSTICIA en el mundo.

Por fortuna, no todos los mayores son así: tan sólo un pequeño porcentaje de ellos cumple los requisitos para estar nominado al Maleducado del Año. Del mismo modo que la mayoría de jóvenes somos personas normales, con educación, principios, sueños... En la vida se me ocurrirá faltarle al respeto a un anciano (ni siquiera a uno como estos de los que he hablado), pero me gustaría pedir que también ellos nos respeten a nosotros. No con el respeto que se le da a quien tiene más experiencia (ese lo merecen ellos), sino con el que viene de la tolerancia, de la cooperación, de la posibilidad deque jóvenes y mayores podamos ayudarnos unos a otros y convivir en armonía. No somos enemigos.

Aprendemos de los que van por delante de nosotros, así que sólo podemos desear que ellos nos enseñen a ser buenas personas, respetuosas y tolerantes.