lunes, 10 de mayo de 2010

Qué bien vivís...



Una mañana más, me levanto con un nudo en la garganta y el deseo de quedarme en la cama todo el largo día. La ansiedad atenaza mi estómago, me tapo la cabeza con la almohada tratando de evadirme de una realidad que yo mismo escogí para ganarme la vida y que lo único que ha conseguido es que esa vida que intenté ganarme ya no merezca ese nombre, porque más que vida es un auténtico infierno.
Logro sacar fuerzas no sé ni de dónde, me doy una ducha rápida, recojo los libros que tanto amé en mi época de estudiante y bajo, como siempre, por las escaleras, ya que el maltrecho apartamento en el que viviré hasta verano es un quinto sin ascensor. Y eso es sólo lo menos duro de mi día a día.
Tres calles más abajo veo mi viejo Corsa. Cada día desde hace cinco meses tiene más y más arañazos. Seguro que este mediodía aparecerá alguno nuevo. Eso por no hablar de los escupitajos.
Conduzco con cuidado, más por no dañar a nadie que por no dañarme a mí mismo. Incluso fantaseo con lo genial que sería que me diesen algún golpe que justificase mi falta al trabajo. Total, el coche ya está para el arrastre, un golpe más que menos no implicaría nada serio.
Sin embargo, llego a mi lugar de trabajo. Antes de franquear la entrada, un par de chicos a quienes ni siquiera llego a ver la cara, me tiran los libro al suelo gritando el apodo que, sin saber cómo, me gané en septiembre: Carapez.
Recojo mis cosas. Las leyendas de Bécquer, varios ejemplares de Neruda… Todo lo que me apasiona esparramado por el suelo. No me importa, así me siento yo. Tirado.
Llego a la clase que me toca ese día: 2º de E.S.O. B. Una de las mejores clases. No hacen ni caso, se dedican a hablar entre ellos sin inmutarse siquiera cuando entro. Me encanta esta clase. No tengo que aguantar que me llamen payaso, pringado, ni que me tiren bolitas de papel. Nunca he oído la palabra “Carapez” dentro del aula de estos chicos. Es cierto que tengo que hablar a gritos durante una hora para que sólo me escuchen dos chicas de segunda fila y un chaval de la tercera, y que luego me paso el día con la garganta en carne viva, pero es un aliciente no sentirse atacado. Sí, ignorado está mejor.
La segunda hora es peor. 3º C. Jóvenes de catorce y quince años que no tienen ningún interés en estudiar pero que están obligados a permanecer allí dentro hasta los dieciséis. Su única motivación cada mañana es ver la humillación en mis ojos. Y en la de tantos otros profesores. No creo que sepan ni mi nombre. Insultos, objetos que vuelan, un sospechoso olor a porro e innumerables amenazas cuando recrimino a los que se lo estaban fumando. En esta clase es imposible explicar nada en voz alta: no me oiría nadie. Animo a los cuatro gatos que tienen algún interés en escucharme a que se sienten cerca de mi mesa para poder oírme, pero nadie viene desde que a principio de curso le dieron una paliza a un chico por hacerlo. Por tratar de aprender.
La hora antes del patio la tengo libre. Rezo porque no haya ninguna sustitución, pero no tengo suerte: los de 1º A están solos. Voy allí, y aunque no paran de gritar, al menos no tengo que explicarles nada y puedo descansar la garganta y un poco los ánimos, hasta que veo a unos niños que aún ni han cambiado la voz jugando con los móviles, decido confiscárselos hasta la hora de volver a casa, y me gano una lluvia de insultos y miradas hostiles hasta que suena el timbre.
Llega la hora del recreo. Hoy me toca guardia. Un grupo de alumnos de 3º y 4º estaban bebiendo detrás del gimnasio, muchos fumando tabaco, algunos que fumaban pero no precisamente tabaco… Y lo mejor de todo: dos chicos pegándose porque uno había mirado a “su piba”. Germán, un profesor del departamento de Inglés, y yo hemos tratado de separarlos, y como premio, mi compañero se ha llevado un ojo morado con la firma “del dueño de la piba”.
En la cuarta hora respiro tranquilo: los de 3º A y B están de excursión. Voy a la sala de profesores a programar, justo lo que antes de empezar a trabajar como docente creí que sería lo más aburrido. Ahora es lo que menos me asusta.
Pero todo termina, y más si es bueno, así que pronto llega la quinta hora. 4º B. Muchos de ellos ya tienen edad para dejar de estudiar y entrar en el mundo laboral, pero prefieren venir al instituto porque no tienen la obligación de estudiar. Vienen, no hacen caso, impiden que los compañeros que quieren seguir sus estudios pueden escuchar… Más o menos como en los cursos anteriores, sólo que con una ventaja y un inconveniente: yo sé que se podrían ir, y que sólo vienen para hacer el vago, de manera que me da más rabia. Pero al menos el número de gamberros es menos que en 1º, 2º y 3º. Eso sí, tengo que dar la clase con pósters de mujeres casi desnudas en el tablón de anuncios.
Última hora, al fin… Me toca 2º C. Una niña con menos ropa de la que sería apropiada en febrero y un chico con más pendientes que los expositores de las joyerías se besan con pasión mientras trato de enseñarles a analizar una frase sencilla. Otra chica se ríe mientras mira un móvil que debe valer casi tanto como mi coche. Le digo que ya he advertido muchas veces que no pueden enviarse mensajitos en clase, y me contesta salerosa:
-No es un mensajito, Carapez, es una foto tuya. ¡Mira qué guapo sales!
Todos se ríen mientras ella muestra en la gran pantalla táctil mi cara, con los ojos cerrados y la boca abierta. Me han pillado hablando y mientras parpadeaba. Pronto todos se lanzan a pedirle que se la pase por Bluetooth. Trato de avisarles de que si no borran la foto hablaré con la directora, pero justo en ese momento suena el timbre, y todos se van dejándome con la palabra en la boca.
Resignado, bajo las escaleras y me dirijo hacia mi coche, que efectivamente tiene tres o cuatro arañazos más, y un salivajo en mitad del parabrisas. Suspirando, abro la puerta y justo en ese momento, veo a la madre de un chaval de mi tutoría que me dice, sonriendo:
-Anda, que ya es viernes, ¡menudo fin de semanita de descanso que vas a tener! Y ya pronto la Semana Santa… Desde luego, ¡hay que ver qué bien que vivís los profesores!
-No lo sabe usted bien, señora, no lo sabe usted bien…