domingo, 28 de diciembre de 2008

Volver a la normalidad

Nico se levantó de un salto de la cama. Recordó cómo hacía tan solo unos meses le costaba mucho despertarse. Siempre suplicaba a mamá que la dejase un rato más arropadito entre las sábanas. Le encantaba sentir el calor al tiempo que miraba por la ventana y veía la escarcha en los árboles. Adoraba cerrar los ojos fuerte, muy fuerte, y sentir ese soporcillo tan agradable de quien se encuentra entre el sueño y la vigilia. En aquella época, la cama le parecía un lugar seguro, donde ningún mal podía trepar hasta el colchón. Pero hacía un año que todo había cambiado. Ahora su mayor anhelo era que el sol saliese lo antes posible y se ocultase cuanto más tarde mejor, para disfrutar de su vida fuera, saltando, corriendo, abrazando a su familia, notando el aire en su carita infantil hasta que los mofletes se le pusieran rojos.

Se quitó el pijama azul casi con furia, y se puso el uniforme del colegio que tanto había aborrecido. Los cereales le supieron a gloria, aunque nunca habían sido su desayuno favorito. Sonreía feliz, contento de poder repetir las rutinas que antes le habían hastiado. Se lavó los dientes, las manitas, y miró de soslayo el peine y la gomina, tratando de no pensar en ello. Agarró su mochila nueva, la que le habían comprado entre todos sus compañeros de clase y Gabriel, el profe, cuando había estado en el primer hospital. Después, salió corriendo con papá hasta el coche.

Mientras avanzaban hacia el cole, empezó a sentirse nervioso. Hacía mucho que no veía a sus amigos. ¿Y si se habían olvidado de él? Después de casi un año en Estados Unidos... Todos habían podido celebrar juntos cumpleaños, festivales de Navidad y de verano, excursiones... Y él había faltado a todos esos eventos. Cuando se marchó, estaban empezando segundo, y ahora ya casi terminaban tercero... Habían aprendido a dividir por separado, y también habían hecho la Comunión en lugares muy diferentes. Sí, casi seguro que se habrían olvidado de él.

Estaba pensando todo eso cuando al fin llegaron. Los recibió Gabriel, el profe. Les contó que ese año, el grupo ya tenía una seño nueva, Carmen, pero que él quería colaborar en la sorpresa que les iban a dar.

- Ya verás qué contentos se ponen al verte todos, Nico. Todos se acuerdan de ti mucho y siempre hablan de las ganas de verte que tienen, pero ninguno se imagina que ya has vuelto a la escuela.

-Entonces... ¿no me han olvidado?

-¿Que si te han olvidado?- Gabriel se puso a reír muy fuerte- Nico, este curso llegó una chica nueva a clase, Amanda. Le han hablado tanto de ti, que incluso ella te echa de menos. Eres un miembro muy importante de la clase, y todos esperaban ansiosos a que volvieras. ¿Quieres entrar?

Como el niño asintió, el profesor llamó a la puerta. Se oyó desde dentro una voz que les dio paso. Gabriel abrió y le hizo una seña de que se escondiese y guardara silencio, y entonces dijo a la clase:

-Chicos, tengo una sorpresa para vosotros.

Agarró a Nico de la manita y lo metió en la clase.

-¡Nico!- gritaron todos. La clase se convirtió en una jaula de grillos. No había nadie sentado, todos chillaban y saltaban alrededor de su compañero, deseosos de abrazarlo muy fuerte de nuevo y de preguntarle que qué tal estaba. Aunque estaba un poco abrumado, el recién llegado se encontraba feliz.

Carmen, la nueva profesora, se portó muy bien y entendió que ese día era tan especial, que preferían estar con Nico en lugar de dar clase. Así, el niño pudo pasarse la mañana jugando con sus amigos, tal y como llevaba un año deseando. De pronto, se fijó en una niña que no conocía, y que se mantenía apartada, tímida. Él le sonrió, de manera que la pequeña se acercó, más confiada.

-Todos te quieren mucho. Siempre me hablan de ti. Sé que has estado muy malito. Mi mamá me ha dicho que la enfermedad que tú has tenido es muy peligrosa y que duele mucho, pero que tú te estabas curando. ¿Estás curado del todo?

-Sí, ya sí. Tuve una enfermedad que se llama cáncer, y mis padres me llevaron muy lejos para que me pincharan medicinas que aquí no habían y me hicieran operaciones que aquí no se saben hacer. Por eso se me cayó todo el pelo y muchas veces tenía angustia, pero ahora ya no hace falta nada de eso. Estoy curado.

-Me gustaría pedirte un favor. No vuelvas a ponerte malito. Aquí, en clase, todos te han echado de menos. Cuando yo llegué, estaba muy ilusionada pensado que lo pasaría genial con unos nuevos amiguitos. Pero al conocerlos, estaban todos tan tristes. Nadie quería hacer fiestas, ni jugar, ni cantar canciones... No se parecía a mi antiguo cole. Ahora que has vuelto, todos están tan contentos... Tienes que mantenerte bueno para siempre. Y así esta clase seguirá estando feliz.

Nico se rió, orgulloso al darse cuenta de que de verdad era importante en la clase, pero triste al mismo tiempo por pensar que unos amigos tan buenos como los suyos habían estado tan apenados.

-De acuerdo. Lo intentaré -contestó riendo.

Carmen interrumpió la conversación para repartir el material de clase.

- Venga, chicos, quiero que hagamos unas operaciones ahora. Hay que volver a la normalidad.

Nico pensó que las operaciones matemáticas eran mejor que las operaciones de hospital. Y que los lápices y bolígrafos eran mejores que las jeringuillas. Y madrugar por las mañanas era mejor que quedarse todo el día en la cama con fiebre y dolores. Incluso pensó que era mejor estar castigado por un profe que recibir mimos de una enfermera.

Definitivamente, volver a la normalidad era lo más bonito que le había pasado en la vida.




Bueno, como hoy es el día de los Santos Inocentes, ya se sabe que con lo de la gala de Antena 3, en la tele nos toca ver hasta la saciedad imágenes relacionadas con esta historia. Es algo horroroso, desgarrador... Por eso quería que el relato diese un rayo de esperanza. Y es que de estas cosas se puede salir. Por más duro que sea y más sufrimiento que implique, los enanos son muy fuertes, y hay que apoyarles en su lucha contra esa enfermedad.



Y es que no habría nada mejor que el que la historia de Nico se hiciera realidad en el caso de cada uno de los mini-monstruitos que tienen la desgracia de pasar por ese duro trago.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Vuelve a ser el día de la lotería

Hace ya un año que descubrí que soy rica...


La tarde anterior (es decir, hace un año y un día), mi hermana me dijo: "¿Te das cuenta de que mañana a estas hora nuestra vida podrá haber cambiado por completo?" . Yo sonreí ilusionada, supingo que es lo que hacemos todas las personas de familia humilde hacen cuando se imaginan llenando de golpe sus cuentas bancarias. Y pronuncié las funestas palabras: "Ojalá". Sí, dije que ojalá mi vida cambiase por completo al día siguiente. Me imaginé con un armario atestado de ropa preciosa, móvil y cámara nuevos, mis estanterías llenas de libros que esperarían a que terminase uno para seguir con otro... Imaginé que podríamos comprar un local grande y acondicionarlo para hacer una guadería, y que mi hermana podría hacer muchísimos cursos buenos de ballet y así poder cumplir los sueños de las dos... Imaginé a mis padres sin preocuparse nunca por el dinero... Parecíamos felices, en mi imaginación. No me daba cuenta que en la vida real no es que pareciésemos felices, sino que lo éramos.









Y ese día, el día siguiente que deseaba que fuera el que girara 180 grados a mi exitencia, llegó. Me desperté tarde. Bueno, teniendo en cuenta lo dormilona que soy, no era tan tarde, porque el reloj marcaba las once y poco aún, pero el sorteo de lotería de Navidad ya había empezado. De hecho, ya habían salido algunos premios. Saludé a mi madre y a mi hermana medio adormilada aún, y le pedí a mi madre el móvil para llamar a Dani. Estábamos un poco mosqueados y me encontraba realmente preocupada por si esa tarde, en el partido, lo pasaría mal al verle la expresión de orgulloso que se le pone cuando está cabreado o si por, el contrario, haríamos las paces y podría celebrar cada gol de su equipo y quejarme por los del contrario con la máxima felicidad. Como siempre, me preocupaban esas cosas tan insignificantes a las que concedemos enorme importancia si nunca hemos sufrido de verdad. Nada en ese día aprecía indicar que iba a ser diferente. Lo más significativo era un atisbo de bronca con mi novio...

Colgué el teléfono con un sabor agridulce. No estaba enfadado, pero tampoco cariñoso. Me olía que la tarde iba a ser fría. No imaginaba cuánto. Estaba a punto de sentarme en el sofá cuando los niños de San Ildefonso cantaron el premio gordo, el primero. No recuerdo qué número fue. Aún no habían terminado de repetir el número premiado las setecientas veces que parecen ser necesarias, yo estaba pensando si mi vida cambiaría a partir de ese momento, y entonces fue cuando sonó el teléfono. Era mi tía. A mi abuela (mi segunda madre), le había dado un infarto. Ahora estaba en la UCI y había riesgo de que no volviese a verla nunca.


Sí, era probable que mi vida cambiase... Y sólo podía rogar por que no fuese así. Deseé haberme mordido la lengua el día anterior hasta hacerme sangre o arrancarla de cuajo antes de haber dicho que ojalá mi vida cambiase. Mi verdadero deseo era que todo permaneciese igual que siempre.


Parece mentira lo cruel que peude llegar a ser la casualidad. En ese momento, en varios pueblos de España (seguro que, como siempre, el número estaba bastante repartido), había gente que lloraba de alegría porque empezaban una nueva vida. Y yo lloraba para conservar la mía tal y como estaba. ¿Ironías del destino? No lo sé, pero me daba la sensación de que se reían de mí, de mi familia. Recordaba las miradas llenas de felicidad de aquellos que años antes habían tenido la suerte de resultar premiados, imaginaba a quienes ahora corrían la misma fortuna y me sentía insultada. A la misma hora... La voz de los niños que cantaron el gordo y el teléfono de mi casa sonaron en el mismo instante. Uno de esos sonidos traía alegría. El otro venía cargado de dolor.


Afortunadamente, todo salió bien. A pesar de mis estúpidas palabras, nada cambió. Mi vida siguió como siempre. Mi armario sigue con una cantidad normalita de ropa, la cámara es la de siempre, y si mi móvil está muy chulo es porque mi padre tenía muchos puntos y me dio la gran sorpresa para mi cumpleaños. Rara vez puedo comprarme libros nuevos, he releído tantas veces los que ya tengo que cas me los sé de memoria. Abrir una guardería sería casi tan difícil como alcanzar la luna. Los problemas económicos siguen siendo los de una familia de clase media tirando a pobre. Pero la tengo a ella. Ella sigue regañándome por el caos de mi habitación, "apretándome" para que estudie hasta que me salgan callos en los codos, enfadándose si ando descalza... Y sobretodo, sigue dándome miles de besos y abrazos fuertes de esos que parece que te vayas a romper, haciéndome esas comiditas tan ricas que sólo las abuelas son capaces de hacer (no te ofendas, mami, jeje), colmándome de amor y dedicándome su sonrisa a diario.


Es entonces, cuando miros sus expresivos ojos de color chocolate, cuando me doy cuenta de que a mí me toca la lotería cada vez que me levanto.



Y es que sólo ella es capaz de conseguir tener tan firmemente cohesionada a esta familia. Su marido, sus dos hijas, sus dos yernos y sus cinco nietos no es que la queramos, es que la necesitamos, igual que necesitamos el aire para seguir viviendo. Y le damos las gracias por darnos el premio gordo desde el día en que ella fundó este hogar.


Lorena Hernández Vela.