jueves, 27 de noviembre de 2008

Sin luz al final del túnel



El silencio que la envolvía tan solo se quebraba con el sonido de sus sollozos.Atrás dejaba las risas, los juegos, el alcohol. Atrás lo dejaba a él. Por delante, hasta donde le llegaba la vista, no había nada que no fuese la más absoluta oscuridad. Y hacia allí se dirigía, a adentrarse en las fauces de la noche, donde no vería a nadie y nadie la vería a ella.
Tenía la piel de gallina y temblaba con violencia, pero no era consciente del frío que entraba en su cuerpo, así como tampoco notaba cómo los ojos le escocían, enrojecidos por el llanto. Ni se daba cuenta del hilillo de sangre que descendía por sus piernas y dejaba una estela apenas visible allí por donde pasaba. Lo único que tenía en su mente era el dolor tras descubrir que lo que había comenzado en el más ansiado de sus sueños se había convertido en la peor de las pesadillas.
Su mente se remontó al domingo, seis días antes, cuando lo vio por primera vez. Ella estaba esperando el autobús, y a lo lejos vio cómo un joven se acercaba. Su aspecto era bastante desaliñado: llevaba el pelo muy largo, despeinado y bastante grasiento, la camiseta llena de manchas y unos vaqueros desgastados y con varias rasgaduras. No le dio importancia, pues desde niña había sabido no juzgar por las apariencias. Sin embargo, tan pronto como el chico llegó a su altura, le dio un tirón a su bolso y salió corriendo con él. Y, por tanto, con las llaves de casa, la cartera con los 500 euros que acababa de cobrar, el móvil y las fotos. Muchas de ellas de su madre.
Trató de perseguirlo, pero él era mucho más rápido, y además había que sumar los segundos que había estado paralizada a causa del estupor. Sabía que no lograría darle alcance. Justo cuando estaba a punto de desistir, surgió de la nada otro chico. Un chico alto, fuerte, que parecía brillar con luz propia, como si un aura dorada lo rodease. En apenas un segundo derribó al ladrón y recuperó el bolso para devolvérselo a su legítima dueña.

-Largo de aquí o te daré una paliza, gilipollas- le espetó. El otro obedeció de inmediato, y se marchó maldiciendo por lo bajo a aquel héroe imprevisto.

-¿Estás bien? – le preguntó, y sonrió dejando al descubierto unos dientes perfectamente alineados y de un blanco inmaculado. Además, se le hicieron dos encantadores hoyuelos en las mejillas.

-Sí, sí… Muchas gracias… Si no llega a ser por ti…- contestó ella titubeando, turbada ante la belleza del muchacho.

-No tienes que agradecerme nada. Siempre es un placer ayudar a princesas en apuros. Me llamo Víctor, ¿y tú?

Ella, hechizada por su dulce voz y el azul de su mirada, contestó. Y pasaron toda la tarde hablando. En poco más de cuatro horas le contó cosas que jamás habría contado a un completo desconocido, como la muerte de su madre tras una larga enfermedad, la depresión que por eso sufría su padre y que le había dejado sin empleo y sin dinero para el alquiler. También le explicó que su tía se había ofrecido para hacerse cargo de ella y de su hermana pequeña mientras su padre se recuperaba, pero que él no daba muestras de mejorar en absoluto y lo más seguro era que tuviesen que quedarse para siempre en aquel lugar donde no conocía a nadie y donde tan sola estaba. Víctor, después de escuchar con atención y asentir con una mirada llena de cariño, solidaridad ye empatía, le dijo:

-Pero ya no estás sola. Ahora tienes un amigo. Puedes venir y contar conmigo cuando quieras.

Y así fue como, por primera vez en más de medio año, pudo volver a sentirse feliz. Quedaban cada día en aquella calle en la que él había actuado cual príncipe azul liberando a su princesa. Tomaban café, jugaban al billar, paseaban o simplemente charlaban durante horas en un banco. Y cuando parecía que las cosas no podían ir mejor, Víctor lo hizo: duplicó su felicidad al proponerle que al día siguiente, que era sábado, saliese con él y sus amigos de fiesta. ¡Por fin encontraba un grupo de gente! Y encima entraría en él de la mano de un chico tan maravilloso como aquel.
Pasó toda la tarde del sábado pensando qué ropa ponerse. Desde que falleció su madre no había vuelto a arreglarse. Hacía mucho que no llevaba falda ni dejaba sus delicados rizos color azabache sueltos. Los tacones y las pinturas estaban olvidados aún en las cajas de la mudanza. Pero la vida volvía a tomar su sentido y se acicaló llena de ilusión.
Cuando Víctor la recogió con su coche, se quedó sin palabras al verla. La miró de arriba abajo sonriendo. Luego sólo pudo decir que estaba preciosa. Condujo un rato en silencio, dirigiéndole varias tiernas miradas cada vez que se detenían en un semáforo. Al final rompió él de nuevo el silencio:

- Bueno, te voy a contar un poco los planes de la noche. Vamos a ir a una zona apartada, en mitad del campo, para beber un poco, porque en las discotecas está todo muy caro. Cuando estemos aburridos de estar allí, iremos a algún lugar con más ambiente. Luego volvemos todos en el monovolumen de un amigo, y cada fin de semana le toca a uno no beber para poder conducir. Somos siete justos, así que no hay problema. Te voy a hablar un poco de los demás, para que sepas algo de ellos cuando te los presente. Uno de ellos es Manuel, que es el macarrilla del grupo, aunque buena gente. Gonzalo es el bromista, siempre encuentra alguna gracia que decir, seguro que te ríes mucho con él. Con Andrea fijo que haces buenas migas, es un alma solidaria, trabaja como maestra voluntaria en la planta de pediatría del hospital. Luego está Borja, el tímido… A simple vista parece un poco raro, pero es porque le da mucho corte hablar con personas nuevas. Y la que queda es Laura, la artista del grupo. Si le dices cualquier cosa relacionada con la pintura, la tienes ganada.

Por fin llegaron al descampado en el que ya estaban todos esperándolos para el botellón. En cuanto hicieron las presentaciones, todos se mostraron realmente simpáticos, excepto Borja, que de verdad parecía tan introvertido como le había advertido Víctor. Se fijó un rato en él, porque parecía nervioso y bebía mucho más rápido que los demás. Su cara le sonaba, pero no sabía de qué. No le dio importancia porque lo estaba pasando genial, y además acaba de probar por primera vez la sensación de euforia que produce el alcohol. Estaba talmente desinhibida, y no paraba de reír con los chistes de Gonzalo. Al rato se fue con las chicas a escuchar música al monovolumen de Manuel, y se sentía al cien por cien integrada. Vio como Borja se alejaba del resto del grupo y se perdía en la espesura del bosque.

- Borjita ya va mear…Normal, si está bebiendo como una esponja…- dijo Laura.

Poco después llegó Víctor y le susurró al oído que si lo acompañaba al coche a por un CD para Gonzalo. Ella, por supuesto, aceptó. Bajó de un salto, y casi pierde el equilibrio, bebida como estaba, pero él la cogió por la cintura, y todos rieron. Así, con él rodeándola con sus brazos, fueron caminando hacia adelante, mientras se alejaban del resto de jóvenes.


-Tu coche no está por ahí –balbuceó sonriendo al tiempo que lo miraba con admiración.

-Ya, es que… Era una excusa… En realidad lo que quiero es pasear contigo y llevarte a un lugar donde se ven las estrellas y la luna, que hoy está llena y brilla casi tanto como tus ojos.

Un cosquilleo recorrió su cuerpo y pensó en la suerte que había tenido al conocerlo. Encima de ser tan sumamente guapo, era un cielo. Lo apretó con fuerza y siguieron caminando durante cerca de media hora. Estaba bastante cansada, y el efecto del alcohol comenzaba a desaparecer. Hacía rato que la luna se había visto claramente, de hecho ya había vuelto a ocultarse entre el manto de ramas y hojas que cubría los árboles, y ellos seguían avanzando sin descanso, pero ella estaba tan cómoda a su lado, que le daba igual andar hasta que saliera el sol. De pronto, una figura fue definiéndose ante ellos en la oscuridad hasta que pudo reconocer a Borja.

-Ya era hora, macho. Pensaba que me explotarían los huevos esperando a que me trajeses a la zorrita.

Le extrañó mucho oír a Borja llamarla así, y miró a Víctor para ver su reacción, y su sorpresa fue mayúscula al ver que éste la agarraba por los brazos con fuerza desde atrás, inmovilizándola. Borja la agarró por las piernas y se sentó sobre ellas, obligándola a dejarlas abiertas. Una vez tumbada, la cogió de los brazos, de manera que Víctor quedó con las manos libres para amordazarla.

-Date prisa, tío. Dame las pelas que habíamos acordado y deja que me pire. Paso de ver cómo te follas a la niñata ésta- dicho esto, Víctor volvió a cogerle los brazos, ignorando sus sollozos bajo el pañuelo, mientras Borja sacaba un fajo de billetes y se los metía en el bolsillo para volverla a sujetar entre los dos. Entonces Víctor la soltó del todo y se levantó.

- Que te aproveche, aunque no sé qué le ves... ¡Si está más plana que una tabla de planchar!- fue lo último que dijo antes de marcharse y llevarse con él el poquito de dignidad que aún le quedaba a la muchacha.

-¿No te acuerdas de mí, zorrita?-le dijo Borja mientras se desabrochaba el pantalón, aún sentado a horcajadas sobre su cuerpo-. No sabes lo que te va a doler que te desvirgue… Porque eres virgen, ¿verdad? Claro, una niñita de 16 años con esa cara de mosquita muerta… Pero tranquila, que yo te voy a dar una primera vez inolvidable- acercó su cara a la de ella, echándole su aliento impregnado de alcohol directamente sobre la nariz-. Seguro que hubieses preferido que te robase el bolso, no parecías tan asustada entonces como ahora.

Entonces lo comprendió todo: Borja era el chico que le robó el bolso hacía seis días. Por eso le sonaba. Sólo que ahora presentaba un corte de pelo pulcrísimo, un afeitado del todo apurado y lucía ropa de niño rico. Ese era el motivo de que no lo hubiese reconocido. Pero, si Borja era el ladrón y ya conocía a Víctor, deberían haberlo tenido todo planeado… Así que ya no cabía duda. Había sido víctima de la más burda mentira de su vida.

-Tu principito necesitaba pelas, y yo estaba encaprichado de ti desde que te vi la primera vez en la parada del autobús, frente al restaurante de mis padres, cada tarde. Así que hicimos un negocio: como a mí el dinero me sobra, sólo necesitaba el encanto para enamorarte, que es lo que le sobraba a él… El resto ya lo sabes. Ahora me toca recibir los beneficios de mi compra.

Entonces le abrió aún más las piernas y embistió con fuerza dentro de su cuerpo. Sintió que algo se desgarraba, y aun estando amordazada, sus gritos y sollozos retumbaban en la penumbra mientras Borja empujaba sin compasión y le tocaba con brusquedad por zonas que ella no quería ni pensar. Las piedras se le clavaban en la espalda, sobretodo después de que él le levantara entre golpes la camiseta. Siguió tocándola, lamiendo su cuerpo con su asquerosa saliva impreganda en alcohol al tiempo que continuaba arremetiendo contra ella. Estuvo así unos minutos más, y por fin paró de moverse. Se quedó quieto sin salir de dentro de ella, respirando dificultosamente. Al poco rato se levantó, encendió un cigarro y le escupió en el rostro bañado en lágrimas de la chica. Luego se agachó y cogió su bolso, el mismo que había cogido el domingo anterior.

-Yo nunca dejo nada a medias, zorrita. Así que esto me pertenece.

Y la dejó allí, con la única compañía de su propio llanto. Y allí empezó un camino que sólo conducía a la oscuridad.


2 comentarios:

escorpiona dijo...

En la confianza esta el peligro...

Buen relato

Saludos

Chau

Anónimo dijo...

Muy buena La historia tia! Lo he pasado maL con La prota.. pobreta
besets!