lunes, 22 de diciembre de 2008

Vuelve a ser el día de la lotería

Hace ya un año que descubrí que soy rica...


La tarde anterior (es decir, hace un año y un día), mi hermana me dijo: "¿Te das cuenta de que mañana a estas hora nuestra vida podrá haber cambiado por completo?" . Yo sonreí ilusionada, supingo que es lo que hacemos todas las personas de familia humilde hacen cuando se imaginan llenando de golpe sus cuentas bancarias. Y pronuncié las funestas palabras: "Ojalá". Sí, dije que ojalá mi vida cambiase por completo al día siguiente. Me imaginé con un armario atestado de ropa preciosa, móvil y cámara nuevos, mis estanterías llenas de libros que esperarían a que terminase uno para seguir con otro... Imaginé que podríamos comprar un local grande y acondicionarlo para hacer una guadería, y que mi hermana podría hacer muchísimos cursos buenos de ballet y así poder cumplir los sueños de las dos... Imaginé a mis padres sin preocuparse nunca por el dinero... Parecíamos felices, en mi imaginación. No me daba cuenta que en la vida real no es que pareciésemos felices, sino que lo éramos.









Y ese día, el día siguiente que deseaba que fuera el que girara 180 grados a mi exitencia, llegó. Me desperté tarde. Bueno, teniendo en cuenta lo dormilona que soy, no era tan tarde, porque el reloj marcaba las once y poco aún, pero el sorteo de lotería de Navidad ya había empezado. De hecho, ya habían salido algunos premios. Saludé a mi madre y a mi hermana medio adormilada aún, y le pedí a mi madre el móvil para llamar a Dani. Estábamos un poco mosqueados y me encontraba realmente preocupada por si esa tarde, en el partido, lo pasaría mal al verle la expresión de orgulloso que se le pone cuando está cabreado o si por, el contrario, haríamos las paces y podría celebrar cada gol de su equipo y quejarme por los del contrario con la máxima felicidad. Como siempre, me preocupaban esas cosas tan insignificantes a las que concedemos enorme importancia si nunca hemos sufrido de verdad. Nada en ese día aprecía indicar que iba a ser diferente. Lo más significativo era un atisbo de bronca con mi novio...

Colgué el teléfono con un sabor agridulce. No estaba enfadado, pero tampoco cariñoso. Me olía que la tarde iba a ser fría. No imaginaba cuánto. Estaba a punto de sentarme en el sofá cuando los niños de San Ildefonso cantaron el premio gordo, el primero. No recuerdo qué número fue. Aún no habían terminado de repetir el número premiado las setecientas veces que parecen ser necesarias, yo estaba pensando si mi vida cambiaría a partir de ese momento, y entonces fue cuando sonó el teléfono. Era mi tía. A mi abuela (mi segunda madre), le había dado un infarto. Ahora estaba en la UCI y había riesgo de que no volviese a verla nunca.


Sí, era probable que mi vida cambiase... Y sólo podía rogar por que no fuese así. Deseé haberme mordido la lengua el día anterior hasta hacerme sangre o arrancarla de cuajo antes de haber dicho que ojalá mi vida cambiase. Mi verdadero deseo era que todo permaneciese igual que siempre.


Parece mentira lo cruel que peude llegar a ser la casualidad. En ese momento, en varios pueblos de España (seguro que, como siempre, el número estaba bastante repartido), había gente que lloraba de alegría porque empezaban una nueva vida. Y yo lloraba para conservar la mía tal y como estaba. ¿Ironías del destino? No lo sé, pero me daba la sensación de que se reían de mí, de mi familia. Recordaba las miradas llenas de felicidad de aquellos que años antes habían tenido la suerte de resultar premiados, imaginaba a quienes ahora corrían la misma fortuna y me sentía insultada. A la misma hora... La voz de los niños que cantaron el gordo y el teléfono de mi casa sonaron en el mismo instante. Uno de esos sonidos traía alegría. El otro venía cargado de dolor.


Afortunadamente, todo salió bien. A pesar de mis estúpidas palabras, nada cambió. Mi vida siguió como siempre. Mi armario sigue con una cantidad normalita de ropa, la cámara es la de siempre, y si mi móvil está muy chulo es porque mi padre tenía muchos puntos y me dio la gran sorpresa para mi cumpleaños. Rara vez puedo comprarme libros nuevos, he releído tantas veces los que ya tengo que cas me los sé de memoria. Abrir una guardería sería casi tan difícil como alcanzar la luna. Los problemas económicos siguen siendo los de una familia de clase media tirando a pobre. Pero la tengo a ella. Ella sigue regañándome por el caos de mi habitación, "apretándome" para que estudie hasta que me salgan callos en los codos, enfadándose si ando descalza... Y sobretodo, sigue dándome miles de besos y abrazos fuertes de esos que parece que te vayas a romper, haciéndome esas comiditas tan ricas que sólo las abuelas son capaces de hacer (no te ofendas, mami, jeje), colmándome de amor y dedicándome su sonrisa a diario.


Es entonces, cuando miros sus expresivos ojos de color chocolate, cuando me doy cuenta de que a mí me toca la lotería cada vez que me levanto.



Y es que sólo ella es capaz de conseguir tener tan firmemente cohesionada a esta familia. Su marido, sus dos hijas, sus dos yernos y sus cinco nietos no es que la queramos, es que la necesitamos, igual que necesitamos el aire para seguir viviendo. Y le damos las gracias por darnos el premio gordo desde el día en que ella fundó este hogar.


Lorena Hernández Vela.

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