martes, 21 de octubre de 2008

No sabes cuánto


Estaba cansado. Las piernas le dolían muchísimo, notaba cómo sus músculos hacían un esfuerzo sobrehumano cuando las apoyaba en el suelo tras cada zancada. Su respiración se hacía más costosa por segundos, empezaba a marearse y su visión se iba tornando más nublosa. Pero el miedo a que le diesen alcance era mucho mayor que cualquier otro problema. Así que hizo caso a omiso a lo que su cuerpo le pedía y obedeció a su mente, que le gritaba aterrorizada que corriese tanto como pudiera. Asustado por lo que pudiera encontrar, giró la cara un momento para ver a sus perseguidores que, tal como imaginaba, iban ganándole terreno y a cada instante se acercaban más y más. Cuando volvió a mirar hacia delante, se dio cuenta de que un hombre doblaba la esquina y que no podría evitar chocar contra él.

- ¡Cuidado, chico!- exclamó el hombre tras el impacto-. Los jóvenes de hoy siempre vais con prisas. Mira, ya vienen tus amiguitos a socorrernos.

A pesar de la amabilidad que estaba demostrando después del percance, Raúl no se detuvo ni para pedir disculpas, sino que se levantó y siguió con su carrera, dejando al señor en el suelo atónito por la mala educación que demostraba aquel chico, y más asombrado aún cuando los otros jóvenes que iban tras él pasaban por su lado sin detenerse tampoco. Vio cómo los cuatro se perdían tras la siguiente calle a la izquierda, primero el que había chocado y, a escasos metros, los otros tres. Pero lo que no vio fue lo que pasó después.

El más alto de los tres chicos se abalanzó sobre Raúl.

- Te hemos pillado, rarito. Y ahora nos vas a dar todo lo que lleves encima.
- No llevo nada, Vicente. Mis padres ya no me dan dinero porque desde que me robáis dicen que gasto mucho.
- ¿Desde que te robamos? Rarito, nosotros no te robamos. Los de las posiciones sociales inferiores tenéis que pagarnos impuestos a quienes estamos en los escalafones superiores. No te preocupes, si no tienes nada para darnos, procederemos al embargo. ¡Venga, chicos! Nos cobraremos lo que nos pertenece con salud.

Media hora más tarde, Raúl llegó a casa. Como siempre, estaba solo. Su familia estaba trabajando. Con doce años, ya hacía cuatro que cada día abría la puerta con su propia llave y calentaba la comida en el microondas en absoluta soledad. Pero ese día prefirió no hacerlo. Las heridas le escocían demasiado, más que el hambre. Pero sobretodo le escocía no tener a nadie a quien recurrir en estas situaciones. Cuando su madre llegaba, tarde, del trabajo, y veía todas las magulladuras que su único hijo presentaba desde hacía cuatro meses, desde que empezó el instituto de educación secundaria, lo único que se le ocurría pensar ( y decir hasta hacer que a Raúl el doliesen los oídos y el alma) era que el chico había salido muy torpe.

- Es que no te fijas por dónde andas, hijo. Siempre estás dándote golpes. Venga, date una ducha y acuéstate, que ya son las once y papá no tardará en llegar con ganas de ducharse él también. Eso sí, procura no resbalarte en la bañera.

Cuando salía de la ducha, envuelto en la toalla, se cruzaba a oscuras en el pasillo con su padre, que le daba un beso y le decía sin llegar a ver nunca los cardenales que poblaban cada rincón de su cuerpo ni los cortes que se hundían en su carne.

- Buenas noches, hijo. Que descanses, que mañana te espera un largo día.

“No sabes cuánto, papá”, pensaba todas las noches antes de meterse en su cama y cerrar los ojos rezando para que la mañana no llegase nunca.

Ese recuerdo le dio una idea, una idea que le haría feliz y le libraría de todo su sufrimiento, por fin…

Cuando la madre llegó esa noche, a las diez y media, se extrañó al ver la luz del salón apagada. Era muy raro que Raúl no estuviese sentado viendo algún programa. Presionó el interruptor, y lo único qua había de inusual (a parte de la ausencia de su hijo), era una nota de papel en el marco que antes contenía la foto de la primera Comunión del niño

“Mamá, me alegra decirte que nunca he sido torpe. Siempre se me ha dado bien la educación física, he tenido buenos reflejos y suelo fijarme perfectamente por dónde ando. Papá, tienes toda la razón del mundo al decirme cada noche que el día siguiente será duro, aunque tú nunca has llegado a saber hasta el punto que llegaba la dureza de cada mañana. Pero ahora todo eso se acabó. Ya no habrá más días duros. Os pido que ayudéis a otros padres a evitar que sus hijos acabe como el vuestro o como los que me han hecho daño desde hace tanto tiempo. Os quiero, y os agradezco todo lo que habéis hecho pro mí desde que nací y hasta los ocho años, cuando aquel conductor me dejó sin mi hermana mayor y, sin darse cuenta, me arrebató también a mis padres. Adiós:
Raúl."

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