domingo, 4 de julio de 2010

Culpable. Primera parte.



Los dos hombres utilizan una fuerza innecesaria mientras me conducen al edificio. De vez en cuando sueltan algún insulto o me dan un pisotón en la parte trasera de los pies, fingiendo que lo hacen sin querer, pero soltando risitas que dejan claro que quieren hacerme daño a pesar de que saben que está penado. También en algún momento clavan sus dedos con fuerza en un punto concreto entre mis hombros de manera que me retuerzo de dolor, cosa que aprovechan para simular que me resisto a caminar y así poder empujarme e insultarme de nuevo.

En la puerta del edificio se congrega una pequeña multitud que me grita y me llama, presa de la furia, asesino. No sé cómo han podido enterarse todas esas personas tan pronto, no ha habido tiempo para que la noticia trascienda a los medios. Sin embargo, en un pueblo no muy grande, es lógico que los rumores corran a gran velocidad y sin control.

¿Y si tuviesen razón? Yo sería incapaz de hacer una cosa así, pero… ¿Qué otra explicación hay?

Me conducen por un sinfín de pasillos hasta llegar a una sala minúscula, casi como un zulo, con una vieja mesa de contrachapado y dos sillas acolchadas enfrentadas a una de apariencia incómoda. Me hacen sentar en esa mientras que un tercer hombre entra en la sala y se presenta como el comisario Martínez.

-Darío, confesar te será lo más sencillo. Tu condena será rebajada y la familia de Laura verá reducida su tremenda pena. Tú la querías, a ella y a los suyos, no dejes que sufran aún más. La mataste, ¿verdad? Discutisteis y, en un momento de ofuscación, la golpeaste sin pensar que las consecuencias serían tan graves, pero al ser consciente de la magnitud de tu acción, te asustaste y decidiste deshacerte del cuerpo.

Niego con la cabeza mirando fijamente la esquina de la mesa que más cerca tengo. No puede ser, me repito… Pero no sé cómo disculparme, no tengo ninguna coartada. Y lo peor es que tampoco tengo recuerdos nítidos de esa noche, por lo que no puedo covencerme ni a mí mismo. ¿Y si de verdad pasó como dice el comisario? ¿Cómo puedo estar seguro de que no está en lo cierto?

El comisario hace una seña a uno de los dos policías que me han traído hasta aquí. Éste saca un sobre de un cajón y me lo entrega. Lo abro con cuidado y saco unas fotos. Es Laura. Mi Laura, mi princesa, la chica de mi vida. Está tumbada en el suelo, con su largo pelo castaño teñido de rojo por la sangre. Sus grandes ojos están blancos, vueltos hacia atrás, escondiendo para siempre su iris verde. La boca entreabierta y los brazos colocados en una difícil postura no hacen más que añadir dramatismo a la escena. Me estremezco y rompo a llorar como un niño pequeño. No puede ser que esa muñeca rota sea ella. No puede ser que en ese trozo de carne muerta hubiesen habitado las innumerables sonrisas, ilusiones y sueños que Laura me regalaba a diario.

Y no puedo haber sido yo quien haya sacado toda esa vida del cuerpo que más amo…

Me esfuerzo en recordar aquel fatídico día, a pesar de las lágrimas, y pienso hasta que me duele la cabeza. Habíamos estado en mi piso, que acababa de comprar con lo que llevaba ahorrando desde mis dieciséis años. Habíamos estado puliendo los pequeños detalles que iban a hacer de su fiesta de inauguración un éxito. Después, hicimos el amor con la ternura que sólo ella me entregaba.

Nuestros amigos fueron llegando, cómo no, con alcohol en abundancia. Somos jóvenes que rondan la veintena en los albores del siglo XXI, consideramos muy normal beber en una fiesta. Todos lo hacen, y nosotros también. A medida que el alcohol se va asentando en mis venas, veo a Laura moverse, con su habitual sonrisa, de aquí para allá, mirándome de vez en cuando con su serena alegría. De manera confusa, recuerdo un par de abrazos fugaces cargados de cariño. Sonrío sádicamente entre mis copiosas lágrimas al recordarlo. ¿Cómo voy a vivir con la certeza absoluta de que jamás repetiremos ese tipo de momentos de complicidad?

Sigo con mi reconstrucción mental. Hacia las dos de la mañana, decidimos terminar la fiesta en algún pub. Una vez allí, doy varias cabezadas aún estando de pie. Me da rabia, porque yo no suelo tener un mal beber. Soy consciente de que es ridículo, llenarse de alcohol el cuerpo para luego acabar hecho polvo dormitando en un pub sin poderme sentar, y eso me pone de mal humor. Veo que Laura y sus amigas me miran y se ríen. No tiene gracia, no debería reírse de mí con sus amigas. Ella no querría que yo hiciese eso en caso de ser ella quien hubiese bebido más de la cuenta. No recuerdo qué le digo, pero sé que atisbo incomprensión en sus ojos y me voy del local. Ella sale detrás de mí gritando mi nombre, pero no me vuelvo. El orgullo me ciega. Por el rabillo del ojo, la veo volver a entrar en el pub. Lo único que recuerdo es que sigo camino hasta mi casa y me duermo.

Al día siguiente, me despiertan las voces de los policías que aporrean mi puerta. Laura ha desparecido. Tres días de intensa búsqueda, hasta que por fin aparece tras unos matorrales en un parque al que no va nadie, a pocos metros de mi casa. Horas después de ser consciente de que la chica a la que quiero desde hace casi tres años está muerta, me dicen que en mi portal hay restos de sangre que coinciden con su ADN y que el hecho de que sus cosas estuviesen en mi casa me implican aún más en el caso. Además, sus amigas afirman que yo había bebido mucho y que me marché del local enfadado con ella sin motivo, después de haberle dicho, sin dar una explicación, que conmigo no se pasase.

Soy el principal sospechoso en la muerte de Laura. Y ni siquiera yo sé si de verdad la maté.

Recuerdo la cara de su madre mientras buscaba a su hija con desesperación. Recuerdo el dolor al encajar el duro golpe de su muerte. Y las lágrimas de su padre, un hombre fuerte que jamás había mostrado sus sentimientos abiertamente desde que lo conocí. La rabia de su hermano pequeño. La incomprensión de sus amigas.

Ellos ya habían sufrido demasiado. Buscar ahora un culpable no hará más que multiplicar su dolor.

Y mi vida sin Laura ya va a ser un sinsentido, ¿qué más me da llorar en casa, solo, con todas sus fotos colgadas por la pared recordándome lo feliz que era y que jamás volveré a ser, o hacerlo en la cárcel, sin nada que me haga ver cómo la vida se ríe de mí por lo que me ha robado?

Además, la única hipótesis que encaja es la que me ha dado el comisario Martínez… Que yo sea el asesino. Sí, lo más seguro es que él tenga razón. Y que deba confesar para no hacer sufrir más a la familia de la chica que más he querido.

-Sí, yo la maté. Se rió de mí en el pub porque había bebido mucho, por eso me fui a mi casa. Ella se empeñó en seguirme, discutimos en mi portal, me sacó de quicio y la empujé contra la pared, que tiene varios salientes, y ella se dio con fuerza contra uno de ellos. Había mucha sangre, y me di cuenta de que poco a poco se apagaba. Traté de reanimarla, pero no supe cómo, así que decidí llevarla lejos de mi casa. Yo soy el asesino de mi vida…

4 comentarios:

juanjomoga dijo...

Como siempre que te leo, da gusto, ya sabes tienes que escribir algun libro o algo porque vales para ello, la forma que tienes de escribir y eso está muy bien, valdrías para eso o para escribir alguna cosa en un periodico y no lo digo de cachondeo.

Bueno Lore, sigue así y ¡viva España!

Saludos, Juanjo.

fernando dijo...

escribes muy bien. Da gusto leerte. Sigue cultivando esta habilidad innata en ti. Besos.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Encantador blog el tuyo, un placer haberme pasado por tu espacio.

Saludos y un abrazo.

Rocío dijo...

me está gustando mucho tu blog!! muchas gracias por pasarte por el mío, te seguiré leyendo!
:)e