viernes, 22 de mayo de 2009

No es un adiós, es un hasta luego.

Sí, señores, un hasta luego a mis monstruitos. Porque el 9 de febrero de este año empezó una de las etapas más importantes de mi vida: las prácticas en el Vasco, mi cole de toda la vida. Y ahí he pasado unos momentos increíbles.

Aún recuerdo cómo hace 102 días (si mis cálculos no me fallan, cosa que seguramente pase) llegué por primera vez allí, con ellos. Me parecía un fantástico augurio que mi primer contacto con ellos fuese verlos participar en un CUENTACUENTOS. Vamos, mi tema favorito (cuentos), con mi trabajo favorito (maestra, aunque fuese en prácticas), y mis futuros niños favoritos. Me senté al lado de Rebeca, mirando a los niños que habían sentados allí. Supuse que serían varias clases porque habían demasiados, y deduje que los de cinco años serían los de la última fila, y comencé a mirarlos bien... ¡Qué guapos eran!

El hombre que hacía las representaciones sacó a uno de los de la última fila al escenario, y puse el oído bien atento cuando le preguntó el nombre. UNAI. Uno de mis mini monstruos se llamaba Unai, un niño alto, con la carita muy dulce. Le tocó hacer de rey. Luego sacaron a un tal Dani, con una cara de pillín graciosete que no podía con ella. Y por último, a una muñequita que dijo llamarse Laura hizo de princesa.

Cuando terminó el espectáculo, un niño al que llamaban Dante se enfadó con alguien y Rebeca le regañó por pegar. Me fijé en que tenía unos ojazos verdes preciosos a pesar de los morritos de "cabreau" que ponía.

Subimos la cuesta todos, mientras oía hablar a una niña con unas gafas de sol, muy resalada ella, de que en la guardería le llamaban "Amapola" por equivocación. No tardé en enterarme de que en realidad se llamaba Amagoia. Todos me miraban raro; nadie sabía quién leches podía ser aquella chica desconocida que se había acoplado en su fila sin decir nada a nadie.

Al llegar a clase, Rebeca me presentó, y al momento llegó Jose, el de música. En la fila para bajar a su aula, la mayoría de las chicas se me tiraron encima para presentarse. Los nombres me llovían y las voces se cruzaban en mi cerebro, de forma que no podía relacionar los nombres con la cara: Pastora, Laura, Kesia, Andrea, otra Laura... Luego comenzó la distribución de familias: una niña muy morenita y con unos oscurísimos y brillantes (Pastora) me dijo que era prima de otra con el pelo corto y ojos verdes de gatito (Kesia). La más chiquitina de todas (Laura D.) y la del pelo más largo (Andrea), también decían ser primas. "Muchas primas veo yo", pensé con desconfianza, creyendo que era algún juego de las niñas. Pero no, eran primas de verdad.

Pasé la mañana bailando con ellos, empezando ya a quererles, y viendo muy lejano el 22 de mayo. Pero ese día ha llegado. Y me he despedido de ellos. Y casi me cargo a Laura P., la princesa del cuentacuentos, porque se ha puesto a llorar, y entonces sí que no he podido contener las lágrimas después de abrazarla. Me preguntaban todos en la alfombra: "¿Por qué te vas?", y me temblaba la voz al explicarles que volvería en cuanto terminase de estudiar, y que iba a hacer un trabajo muy grande para que mi profesor sepa lo bien que se han portado mientras he estado con ellos.

En fin, no estoy tan triste como esperaba, porque hay una gran noticia: Rebeca me ha dicho que por ella como si me quedo hasta final de curso, que a ella le viene genial tener a otra persona que le eche un cable. Así que he llorado más de emoción al ver a Laura P. llorar, a Alexandra, Amagoia y Andrea haciendo pucheros y a Jose, Unai y David con cara de tremenda preocupación, que por estar verdaderamente deprimida.

Así que, afortunadamente, en cuanto termine la memoria, me voy a volver a meter en esa clase a escuchar los chistes de Dani A.; a ver el brillito de los ojos de Dante cuando sonríe; a por los abrazos de Andrea; a por la risita contagiosa de Laura D.; a por las curiosidades de enciclopedia que nos cuenta Diego; a por el inmenso cariño de Kesia; a luchar contra los Gormiti de Antonio; a conocer el desenlace de la telenovela de Alexandra y su gran amor por Dani A.; a por la dulzura innata de Sheila; a comerme a bocados a Amagoia y a Lucía; a contar las pecas de Nuria; a sonreír al ver que la AMISTAD, con mayúsculas, la personifican Jose Antonio y David día a día; a la gracia de Pastora cuando le gustan sus dibujitos; a hablar a nivel adulto con Noelia, que pese a tener cinco años habla con la madurez de una chica de diez; a batallar con las trastadas de Salva (que tan de cabeza me ha traído); a hacerle las hormiguitas a Dani P.; a escuchar a Laura P. "yo quiero ir de tu mano" un día tras otro; a ver cómo Unai sigue poniéndose por fin la mochila solito y recorta cada día mejor.

Volveré a Egipto, al rincón donde ellos han hecho sus fantásticos jeroglíficos y comienzan a construir una gigante pirámide de cajas de zapatos.

Y volveré a contagiarme de esa preciosa ilusión que irradian con su dulce inocencia.

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