viernes, 20 de marzo de 2009

Ribiera Maya



Me despierto con una desagradable sensación en el estómago. Para más desgracia, no me resulta desconocida, sino tan sólo más aguda que le resto de las veces. Aún antes de abrir los ojos ya tengo las mejillas anegadas en lágrimas. Ahogo mis sollozos apretando la cara contra la almohada. No quiero hacer ningún ruido, no quiero despertarte, en un absurdo intento de retenerte más tiempo a mi lado, de prolongar ese sentimiento que provoca el roce de tu espalda desnuda contra la mía.


Pasa el tiempo. Un minuto, dos, tres… Maldigo el reloj, lo odio y deseo desde lo más profundo de mi ser que esas infernales agujas se detengan, que no lleguen nunca al segundo que hará saltar la alarma e iniciará el camino que te separe de mi lado.


Pero el despertador me ignora, no conoce mi dolor, y grita que ha llegado el momento en que mi vida dejará de tener sentido. Me golpea en los tímpanos, vibra en mi pecho y me destroza las entrañas. Todo el mundo odia el despertador, pero yo nunca me había sentido tan asqueada por su sonido. Me giro, fingiendo haberme despertado ahora mismo, y te veo protestar entre el sueño y la vigilia, suplicando unos minutos más. No seré yo quien te niegue ese placer. Apago la alarma, y te miro mientras duermes, como un niño, rodeándome con tus fuertes brazos. Te acaricio la cara preguntándome amargamente cómo sobreviviré casi medio año sin poder rozarte.


Llevo más de un mes intentando asumirlo. Asumir que te marchas. Lo presentaste como una posibilidad. “No hay trabajo. No podemos seguir así. Mi jefe va a empezar una obra en la Ribiera Maya. Si no hay alternativa…”. Y no la hubo. La Ribiera Maya. Jamás pensé que pudiese sentir arcadas con la simple mención de un lugar, y menos si éste tiene fama de ser paradisíaco. Pero tu jefe lo consiguió.


La sucesión de días iba acortando cada vez más el fatídico momento, hasta que el cruel Cronos marcó en el calendario la fecha de hoy: 14 de diciembre de 2008. El día de tu partida. Y también de la partida de mi corazón, no sé si porque parta contigo o se parta sin ti. Tampoco es que me importe mucho cuál de las dos sea la verdadera manera de dejarme vacía.


Entre besos, consigo despertarte de nuevo, muy a mi pesar. Nos besamos lentamente, y hacemos el amor con más dulzura que nunca, a pesar del sabor salado de nuestras lágrimas. En silencio, nos vestimos, evitando mirarnos, y seguimos así hasta el coche. No encendemos la música. Cada canción tiene al menos una frase que puede desencadenar un llanto eterno hoy. Llegamos al aeropuerto. Es el lugar más triste del mundo. Veo a la gente sonreír, con la ilusión brillando en sus ojos, y me pregunto cómo pueden estar felices en un lugar así, que para mí sólo supone separarme de lo mejor que me ha pasado en la vida. Tan sólo una mujer con una niña de unos cinco años, despidiendo a un hombre con la tristeza dibujada en el rostro me parecen adecuados para el escenario.


El altavoz anuncia tu vuelo. Nos abrazamos, llorando de nuevo. Sobran las palabras. Nuestros ojos lo dicen todo: los “te quiero”, las promesas de fidelidad, de llamadas diarias, de largas cartas de amor, el ansia por el reencuentro… Y el dolor por la separación. Te aprieto fuerte, como si pensara que así no podrás escapar. Ingenua de mí. El segundo aviso por megafonía me debilita, me hace perder toda la vitalidad y retrocedo con el rostro empapado y un nudo en la garganta.


Me siento sola en una incómoda silla de plástico, amontonando pañuelos en mis manos. La gente pasa por mi lado sin reparar en mi dolor, pero no los culpo: tampoco yo reparo en ellos. Sólo puedo mirar al cielo y fijarme en cada avión que despega con el logo de tu compañía, preguntándome en cuál de ellos estarás. Trato de acostumbrarme a esa incertidumbre. A no saber dónde estás, ni qué estás haciendo, ni si estás pasando frío o hambre, o necesitas un beso o una simple palabra amable. Busco un Klinnex en mi bolso. Genial, se me han acabado.


Noto una presencia a mi lado. Pequeña, muy pequeña. Me extiende un pañuelo de papel con dibujitos de Bugs Bunny. Le miro a la cara agradecida. Es la niña que había visto antes despidiendo a su padre.

-Volverán. Mi papá y tu novio volverán.

Sonríe, enseñando sus encías, con mellas entre los dientes de leche, y yo vuelvo a mirar al cielo, sonriendo también, contagiada de la esperanza y optimismo de mi joven compañera de penas.

-Sí, volverán. Y nosotras les estaremos esperando.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

aiisss Loree... que preciosa La historia =)
Me ha recordado a aLgo...jaja. En fin, a Lo que voy, que disfruto Leyéndote ^^
Mi hermana Lo ha Leído conmigo y esta de acuerdo conmigo en que tienes que ponerte a escribir un Libro yaaa!! jaja
Me ha emocionado eL texto, en serio. VaLe que soy de Lágrima fáciL, pero es que La historia es muy bonita =)

Te quiero pekeñitaaaaa (L)

Lorena dijo...

Gracias, Mari!!

Bueno, a ti y a tu hermana... Jeje.

Me halagan tus piropos, pero tengo que decirte un par de cosillas:

1-. Todo lo que tú me digas va a ser bueno porque me quieres (que lo sé yo, pajarilla).

2-. Es normal que te guste esta historia, si "te recuerda a algo"... A todos nos gustan las historias con las que nos identificamos... :p
Es como cuando se fue Alicia, que me empezó a gustar "El Diario de Patricia" si iba de reencuentros, jajaja.
O como el cariño que le cogí a uno de "Cuestión de sexo" porque no se sacaba el carnet del coche ni a la de tres, jajaja.

En fin, pues lo dicho, que gracias, tesorete!

Te quiero.

Anónimo dijo...

Hola Lorena,

Acabo de estrenar blog y estoy dando una vuelta por la blogosfera... y de comentario en comentario he encontrado tu blog, y me he detenido en este texto.

Me he identificado plenamente contigo, porque sé lo dolorosas que son algunas despedidas, y lo has transmitido con un realismo y una fidelidad, que prácticamente podía sentirlo en carne propia.

Espero que haya muchos reencuentros, y que esas lágrimas desaparezcan, en beneficio de una eterna sonrisa.

Un besote. Te invito a pasar por mi "casa", aunque aún está en obras... Siempre podré invitarte a una tacita de café.

Maria Durga dijo...

Hola Lorena. Preciosa historia, como todas las tuyas.

Estoy de acuerdo con Marie Taa! ya lo sabes, no dejes de escribir.

Abrazos desde el alma

Maria